Ante la desaparición física de personas muy queridas por mí y que de alguna manera cierran un capítulo importantísimo de mi vida, me permito rendirles el homenaje de mi cariño con este cuento que escribí hace ya muchos años y que publiqué aquí en otra ocasión. ¡Que Dios en su infinita misericordia los vuelva a reunir en el eterno amor!
La Gota de Agua
Acababa
de darse cuenta de que era un ser vivo; se encontraba dentro de un
inmenso océano y, aunque tan sólo se trataba de una pequeña gota de
agua, gracias a su presencia y a la de otras muchas como ella, el océano
era así de grande. Su vida transcurría en un acompasado baile que la
llenaba de paz. Diversos seres habitaban en el interior del mar,
pececillos de muy variados colores, algas, corales, delfines que rozaban
su cuerpo y de los que envidiaba aquellos saltos que les hacían volar
por el aire. También ella experimentaba el aire atravesando su
cristalino cuerpo, inundándolo de vida, y, aunque alguna vez pudiera
decirse que volaba formando parte de la espuma del mar, aquello no podía
compararse al vuelo del delfín.
Un
día, ella desconocía el porqué, notó como su cuerpecito iba haciéndose
menos y menos pesado. A la vez que se desprendía de aquel mar del que
formaba parte, iba subiendo hacia el cielo, alcanzando lugares mucho más
altos de los que el delfín pudiera imaginar. ¿Adónde llegaría?
Por
fin alcanzó su destino. Se encontraba en el interior de una hermosísima
nube. Desde el mar, varias veces las había observado, imaginando lo
confortables que éstas debían ser. Y en efecto así era.
La
gota de agua fue muy bien recibida por sus compañeras, quienes habían
llegado a aquel lugar en la misma forma. Cada una explicó su particular
viaje, haciendo notar especialmente cómo la nube se había ido haciendo
más y más grande a medida que nuevas gotas de agua llegaban a ella. La
nuestra decidió disfrutar de esta nueva oportunidad que se le brindaba
en la vida.
La
nube era atravesada por las más diversas especies de pájaros, muchos
más de los que la gota de agua había conocido desde el mar. Un día hubo
uno que llamó poderosamente su atención, pues, a diferencia de los
otros, éste era extremadamente macizo. A su sorpresa, sus compañeras
respondieron haciéndole saber que aquello no era un pájaro sino un
avión.
- ¿Un avión? ¿Y qué es un avión?
-
¿No viste nunca un barco cuando vivías en el mar? Pues, digamos que se
trata de los mismo, pero que en vez de viajar por el agua, lo hace a
través del aire.
Lo
que la gota de agua ignoraba era que dentro de aquel gigantesco avión,
unos ojos miraban la nube con la misma sorpresa que había experimentado
la gota.
- Mira, papá, estamos dentro de una nube.
Sí; un niño, pegada su cara al cristal de la ventana, observaba complacido aquel acontecimiento.
No
pasó mucho tiempo hasta que un día algo desconocido para la gota de
agua se produjo en el cielo. Éste había cambiado de color, la
temperatura también era diferente y la nube se disolvía. Nuevamente la
gota procedente del mar adquiría su forma antigua, cayendo desde el
cielo en forma de lluvia.
Pero
cuál sería su sorpresa cuando, mirando su propio cuerpo, descubrió que,
a medida que se acercaba a la tierra, éste iba haciéndose más y más
denso, y de un color blanco totalmente diferente a la falta de color que
siempre había tenido.
Cuando se posó en el suelo de una montaña, comprobó que estaba rodeada de seres blancos como ella.
- Pero, ¿qué me ocurre? ¿Ya no soy una gota de agua?
- ¿No te gusta tu nuevo aspecto? -Le preguntó alguien cercano a ella.
- Claro que me gusta, pero ¿quién soy?
- Eres un copo de nieve. Todos nosotros también lo somos.
¡Nieve!
La gota de agua estaba encantada con su nuevo aspecto, hasta el nombre
que se le había dado le parecía maravilloso. Había una suavidad
extraordinaria en su cuerpo, y tan llena de alegría estaba que comenzó a
bailar mecida por el viento.
-
¡Ten cuidado! -Le advirtió un compañero- Si sigues moviéndote así,
puedes caerte ladera abajo y arrastrar a muchos de nosotros contigo.
Pero
tan entusiasmado estaba el nuevo copito de nieve que ni siquiera se
percató de que alguien le hablaba y siguió dando rienda suelta a su
felicidad, empleando para ello un frenético bailoteo.
Lo
que su compañero le había advertido se cumplió, y así, impelidos por el
baile del copito de nieve, otros más se pusieron a danzar de la misma
forma hasta que no pudiendo controlar sus movimientos, todos se unieron
formando una pelota que caía por la ladera de la montaña.
Si al principio la pelota formada no era muy grande, poco a poco fue haciéndose mayor, además de adquirir una enorme velocidad.
- ¡Eh, no empujes!
- ¡Pero si yo no hago nada!
- ¿Cómo que no haces nada? ¡¡¡Me estás estrujando!!!
Así, entre discusiones, risas, llantos (que de todo hubo), la pelota de nieve llegó a un valle, y una vez allí, se detuvo.
El
copo de nieve causante de tal desaguisado esperaba ansioso el curso de
los acontecimientos. Hasta aquel momento había experimentado muchos
cambios en su vida y no podía imaginar lo que le depararía el futuro.
-
Bien, ¿y ahora qué? -Preguntó malhumorado otro copo de nieve que se
había visto lanzado por aquella ladera sin haberlo él deseado.
La
respuesta no tardó en producirse; las risas de unos niños se acercaban
al lugar donde se había detenido la bola de nieve. Una vez llegados a
ella, el regocijo de los pequeños fue impresionante.
- ¡Mirad! -Dijo uno de los niños dirigiéndose a sus amigos- “Ya no tenemos que modelar la cabeza; aquí está.”
Para
los componentes de la bola de nieve, las palabras del niño resultaban
enigmáticas. ¿Qué querría decir con aquello de la cabeza? Pero, como
siempre, la respuesta estaba cerca.
Los
niños tomaron con delicadeza la bola de nieve y la llevaron no muy
lejos de allí. Sobresaliendo del suelo, se elevaba un figura blanca. Los
niños colocaron la bola en lo alto de la misma, y, así, completaron su
muñeco de nieve. Ahora sólo faltaba colocarle una bufanda, un sombrero,
unos ojos, la nariz y la boca.
El
muñeco de nieve sirvió de juguete y de adorno durante un tiempo, pero,
cuando la temperatura volvió a elevarse, el muñeco fue empequeñeciéndose
poco a poco.
- ¿Alguien sabe lo que pasa? -Preguntó el copito de nieve.
- No, pero me lo imagino. -Le contestó un compañero- Me da la impresión de que volvemos a ser agua.
Así era, en efecto. La nieve, poco a poco, iba disolviéndose e introduciéndose en la tierra.
El
copito de nieve creyó que una vez recuperado su aspecto original
volvería al mar, pero no fue así, sino que fue penetrando la tierra y
allí, en su interior, encontró semillas desconocidas para él. Las
semillas y la gota de agua se hicieron amigos y se unieron comenzando un
nuevo camino juntos.
Mucho
tiempo duró su amistad. Pasaron años y las semillas que albergaban en
su interior varias gotitas de agua, brotaron sobre la tierra. La gota de
agua volvía a ver sobre ella el cielo azul con sus nubes y los pájaros
surcándolo. La gota de agua formaba parte de una plantita que apenas
podía verse, pero que, una vez transcurridos muchos más años todavía,
fue creciendo hasta convertirse en un hermoso árbol cuyas ramas servían
de hogar a muchos de los pájaros que viajaban por el aire.
Un
día llegó a la rama que albergaba en su interior a la gotita de agua,
un pequeño pajarillo que no sólo era pequeño por su tamaño sino también
por su edad. El pajarillo miraba con curiosidad todo lo que se le
ofrecía un el camino de su vida, y, después de presentarse, dirigió una
pregunta a la rama en la que se había posado.
- ¿Y tú quién eres?
La rama no tuvo necesidad de mucho tiempo para responder a su nuevo amigo, y la respuesta que obtuvo éste fue la siguiente:
- ¿Yo? -Contestó la rama- ¡Soy una gota de agua!