El ESTRATEGA estudia con detenimiento el escenario. Quiere luz para estudiar sin atisbo de confusión el tablero de ajedrez que se dispone ante él, y para ello lo ilumina no con una sino con dos velas. Además, se coloca sus gafas para no perder detalle. Y si todo ello no fuera suficiente, el estudio lo realiza rodeado de libros a los que acudir para nuevas consultas. El estratega observa y analiza en primer lugar cómo se presentan las cosas ante él y con esa preparación va decidiendo los mejores movimientos de las diferentes piezas. Teme equivocarse y por eso lo analiza todo al máximo detalle. Concede a la vida tanta importancia que no desea permitirse un error. El Estratega se mueve en lo seguro y no desea hacer movimientos superfluos.
Analizar, observar, estudiar, basarse en datos y conocimientos previos es algo que está bien, ¡qué duda cabe! Pero, ¿dónde queda el corazón del estratega, y la intuición que se mueve por caminos sutiles que unen su corazón a su cerebro? El estratega no debería de olvidar que no todo está escrito, que no todo se mueve según las leyes conocidas, sino que además existen otras desconocidas, y ¿entonces qué? La perplejidad de nuestro personaje sería algo a lo que tendría que enfrentarse.
Conciliar la intuición con la razón no es tarea fácil; ninguna debería suponer la eliminación de la otra, sino que obrando conjuntamente, la esperanza de éxito sería mucho más elevada. Conocer las causas y los efectos es fundamental, y abrirse a nuevas luces bien sopesadas y analizadadas puede ser una gran ayuda en el acierto del movimiento perfecto.