lunes, 16 de febrero de 2009

Tomar conciencia del mundo externo y nuestra relación con él: Una forma de meditar

Anteriormente vimos una forma de conectarse con uno mismo, de tomar conciencia de nuestro propio cuerpo, iniciando así una relajación que bien puede conducir a la meditación.

Hoy vamos a hacerlo de una manera distinta, para conectar no sólo con uno mismo sino con su entorno e integrarlo.


Empezaremos por sentarnos cómodamente, pero no repanchingadamente, sino lo más derechito posible (sin envaramiento alguno). Se trata de relajarse y de fomentar un estado que nos conduzca a la meditación, pero no para dormirnos sino para concentrarnos; por eso, la postura debe ser cómoda pero sin llegar a extremos que nos lleven a la tan reparadora siestecita.

Cierra los ojos.... Fíjate en tu respiración... Sólo fíjate en ella; sin forzarla, sin provocar un ritmo... Lo único importante ahora es que dejes a tu cuerpo que sea quien es... Cuando apareciste en este planeta, nadie te dijo cuántas veces tenías que inhalar y exhalar aire, ni la frecuencia con que debías hacerlo... Ahora estás iniciándote en un recorrido que te lleve a ti mismo... Ya habrá tiempo de otro tipo de prácticas... Ahora, disfruta con el proceso de una respiración suave y vivificante.

Recorre tu cuerpo, sintiéndolo. Empieza por tu cabeza, por tu cuero cabelludo... y sigue bajando, como ya sabes hacerlo, hasta la punta de los pies.

Puesto que estás sentado; sin duda estás sobre algún lugar... puede ser un suelo, una silla, un sofá.... Sea lo que sea, tiene una textura.... Trata de sentirla.... ¿Qué experimentas al sentir de manera consciente el contacto de la superficie sobre la que te hallas? ... ¿Te transmite suavidad?... ¿Dureza?... ¿Calor?... ¿Frío?... ¿Tersura?... ¿Rugosidad?

Has empezado a establecer contacto con el objeto más cercano que te rodea (la silla, el sofá, el suelo...).

Haz eso mismo con las ropas que lleves; siéntelas.

Ahora, vas a ampliar el círculo de sensaciones, dando cabida a los sonidos que vienen de fuera. Escucha atentamente y trata de distinguir los diferentes sonidos que llegan a ti... Puede ser la voz de alguien cercano... Puede que sea el canto de un pájaro.... el sonido del motor de un coche.... las risas de unos niños... toldos o árboles mecidos por el viento.... un avión sobrevolando el cielo... la música de algún artista callejero... las gotas de la lluvia.... el autobús repleto de gente... Ahora te haces consciente de todo lo que te rodea.... sin que te moleste... sólo lo escuchas, no lo juzgas.
Ante lo rutinario, nos acostumbramos a oír sin escuchar... ¿No podría ser éste un buen momento para hacerlo?

Te das cuenta de que, a medida que decides jugar con ellos, los sonidos ya no son una molestia sino que, incluso, pueden ser una vía para recuperar la tranquilidad de saberse acompañado.

Cuando has escuchado e identificado sonidos, haciéndolos parte de tu meditación, ya no te molestan... incluso van desapareciendo a medida que te vas concentrando en otras cosas... en otras sensaciones... en tu forma de respuesta.

Vuelve a experimentar el tacto de tu ropa... del asiento... Siente tu cuerpo... desde la punta de los dedos de los pies hasta el cuero cabelludo... Disfruta de tu suave respiración... Inspira y, cuando lo consideres conveniente, abre tranquilamente los ojos.