Cuando entramos en estado meditativo es algo muy usual recibir imágenes simbólicas que nos sirven para entender mensajes importantes. Esos símbolos para mí son como si me hablaran en parábolas que debo desentrañar y aplicar. En la meditación a veces lanzo preguntas, y espero la respuesta y entonces es cuando se presenta de esta manera simbólica.
Uno de los temas que me preocupa son los conflictos que surgen en las relaciones con el resto de los seres humanos; y es que muchas veces intentamos ayudar o simplemente comunicar, pero el hecho es que esa comunicación no siempre es bien recibida. ¿Por qué? ¿Qué hacer? Y entonces surge la respuesta.
Me muestran a mí lanzando una pelota a otra persona. Y me dicen que ésa no es la forma, que mejor que balones grandes y duros, lance bolas de nieve. Y entonces, poco a poco, voy entendiendo el mensaje.
Es cierto, si uno desea lanzar una pelota a un compañero, éste debe de estar prevenido y haber accedido a utilizar este juego. Es decir, tiene que existir una colaboración del otro y un previo acuerdo. De otro modo, la pelota pudiera ser rechazada, y lo que es peor, su dureza podría hacer mucho daño a quien no está preparado para recibirla.
Sin embargo, una bola de nieve ligera, no de esas bien compactas y duras, sino ligera, suave y blandita, llegará al otro y se deshará en él mojando suavemente su ropa de abrigo. La nieve es agua y por tanto llena de emociones, pues ya sabemos que en el lenguaje simbólico el agua representa las emociones. Aquí, más que la dureza de la materia, o el obligar al otro a que nos devuelva la pelota, lo que tenemos es una entrega llena de emoción que de alguna manera va a alcanzar a nuestro compañero y amigo, pero no le obligará a nada ni le aturdirá.
La bola de nieve, la ternura, la entrega, la libertad de reacción en el otro, no hay obligaciones, no hay fuerza, sólo entrega.