¡Qué tendencia tan grande que tenemos a juzgar a los demás! Juzgamos a las personas, situaciones, ideas; lo juzgamos todo. Incluso algunos se juzgan con excesiva dureza a sí mismos.
Contempla el escenario que nos muestra esta carta. El tribunal, con atributos dvinos a su espalda; el público que observa y seguramente critica desde un morbo que le hace disfrutar de estas situaciones; el reo que implora perdón y asume con miedo la sentencia.
¿Qué derecho tenemos a juzgar? Fíjate que los atributos divinos están a la espalda de los jueces; y así éstos no pueden mirar cara a cara la comprensión y magnanimidad de Dios quien siempre es juzgado por los hombres, y que por eso seguramente se nos muestra en el símbolo de la cruz.
Desgraciadamente confundimos la valoración de hechos con la crítica despiadada. Por supuesto que hay situaciones reprochables, pero, como ya dijo Jesús en su momento: "¡Quien esté libre de culpa que lance la primera piedra!"
Valorar no debe nunca ser confundido con el juicio despiadado. ¡Quién conoce las verdaderas motivaciones de aquel a quien consideramos culpable!
Observa y aprende, y luego, como siguió diciendo Jesús: "¿Nadie te ha condenado? Yo tampoco lo hago. Vete y no peques más."