Tras este periodo vacacional, se me ocurre adentrarme en un terreno filosófico al que no parece hallarse una respuesta clara: el sentido de la vida.
Sí, durante milenios el ser humano se ha venido preguntando qué sentido tiene la vida, en el caso de que lo tenga. Y es que si no conocemos nuestro origen de manera inequívoca, a veces resulta difícil concluir si a partir de ese origen todo tiene un fin, una meta; o, si por el contrario, la vida es fruto de una "casualidad" y por tanto carente de un sentido predeterminado. Es decir, podemos partir de una idea que nos lleve al cosmos, a la unión, a la armonía; o bien hacerlo desde el caos y el consecuente sinsentido.
Lo que parece claro es que a este gran enigma tenemos que enfrentarnos de manera personal cada uno de nosotros para hallar su respuesta, y pudiera ser... por qué no... que ahí se encontrara el gran sentido: en la aventura que implica encontrárselo.
Muchas veces, por circunstancias, por momentos difíciles y demás, perdemos de vista el valor de las cosas, y ¡qué duda cabe! que en esas ocasiones, más de una vez perdemos precisamente el sentido de nuestra vida, e incluso vamos más allá y nos preguntamos por el sentido general de la misma. Y vuelvo a hacerme la gran pregunta: ¿y si el sentido fuera precisamente el proceso de encontrarlo? Un proceso que implicaría valorar la vida, valorarla por ella misma, valorarla porque nos pacece digna de ser vivida, valorarla por lo que es más que por su supuesta utilidad.
Creo que es algo hermoso dar un sentido a la vida que nos permita apreciarla, con todo lo que ello implica. Aprender a apreciar la vida podría darle un enorme sentido, y creo que merece la pena realizar este cometido. Quién sabe, pero a lo mejor uno de los grandes sentidos de la vida consista precisamente en buscarlo y ponernos a la tarea de encontrarlo.