
Soy particularmente sensible a las desavenencias humanas; nos enfadamos, nos ofuscamos, sufrimos por la insensibilidad del otro... ¿Por qué actúa así? ¿Es que no se da cuenta de que...? Pues ahí está el quid de la cuestión: no se da cuenta de... Entonces, ¿cómo hacer para que se dé cuenta? Perder la calma no parece una buena opción por varios motivos:
- La violencia engendra violencia
- Nos pierden el respeto
- Nos perdemos nosotros mismos el respeto
Entonces, ¿qué hacer?
Tumbada en el sofá, durante el tiempo que dedico al encuentro consciente con mi espíritu, con el espíritu de mi Maestro, de mis protectores, con el espíritu de todos, busco y espero la respuesta.
Y entonces aparece una imagen. Aparece mi Maestro. Está sentado a la orilla de un sereno riachuelo. Observo que lanza una sonrisa mientras me mira y mira al río, y entonces dirige mi mirada hacia las piedras que surcan el río. Son unas piedras bien contorneadas y pulidas; unas están en el fondo, otras se elevan por encima del agua, mientras ésta fluye pausadamente. Y me dice que observe con atención. El agua es capaz de introducirse en las piedras; puede que no lo vea pero así es; lo que ocurre es que lo hace de forma tan sutil, que apenas se percibe. Las piedras que ahora vemos tan bien formadas, sin aristas, sin surcos, sin oquedades, fueron en su tiempo pedruscos con puntas dañinas. Pero la suavidad del agua (de las emociones suaves; el agua representa el elemento afectivo, los sentimientos amorosos) incide sin dañar en aquello que a él se acerca, y con el tiempo va remodelando lo que parecía un peligro.
Luego me doy cuenta de que así es. Cuando nos enfrentamos apasionadamente contra alguna actitud que consideramos poco adecuada, normalmente recibimos astillas. No así, cuando se hace con suavidad.
Y entonces aparece una imagen. Aparece mi Maestro. Está sentado a la orilla de un sereno riachuelo. Observo que lanza una sonrisa mientras me mira y mira al río, y entonces dirige mi mirada hacia las piedras que surcan el río. Son unas piedras bien contorneadas y pulidas; unas están en el fondo, otras se elevan por encima del agua, mientras ésta fluye pausadamente. Y me dice que observe con atención. El agua es capaz de introducirse en las piedras; puede que no lo vea pero así es; lo que ocurre es que lo hace de forma tan sutil, que apenas se percibe. Las piedras que ahora vemos tan bien formadas, sin aristas, sin surcos, sin oquedades, fueron en su tiempo pedruscos con puntas dañinas. Pero la suavidad del agua (de las emociones suaves; el agua representa el elemento afectivo, los sentimientos amorosos) incide sin dañar en aquello que a él se acerca, y con el tiempo va remodelando lo que parecía un peligro.
Luego me doy cuenta de que así es. Cuando nos enfrentamos apasionadamente contra alguna actitud que consideramos poco adecuada, normalmente recibimos astillas. No así, cuando se hace con suavidad.

Agradezco la enseñanza y trato de recordarla y vivirla en la práctica.