jueves, 3 de noviembre de 2011

Oración a María

Hoy necesito hablarte a ti, María, la madre de Jesús. 

Creo que la mayoría de las veces que se habla de ti se hace o bien de manera excesivamente edulcorada o bien siendo tu figura vilipendiada. Pues bien pareciera que tu imagen sirviera para demostrar las mil y una teorías de unos y de otros, y se olvidara casi siempre algo esencial: la persona real que hay tras esa imagen. Y a esa persona, María, quiero dirigirme yo.

Te imagino como una niña llena de esperanzas e ilusiones como las de cualquier niño que confía en un futuro prometedor. Y un día, en tu adolescencia, recibiste una llamada con una gran notica llena de esperanza. Ibas a ser la madre de alguien muy especial. Aquello, te aliviaba de todas la complicaciones que luego vinieron; entre ellas la duda sobre si José te tomaría o no por esposa; luego, la maledidencia de los vecinos que siempre parece haberte perseguido, a ti y a tu hijo; las sosprechas entre murmullos sobre un posible embarazo ilícito. Pero poco importaba aquello, pues te sabías madre de un ser muy especial que iba a liberar a todos los hombres. ¡Qué más podías desear!

Y aunque escuchaste también la profecía de los muchos dolores que padecerías por su causa, no te importó demasiado porque seguramente no imaginabas de qué dolores se trataba.

Pienso en ti y veo tu tristeza cuando tu hijo decidió emprender un camino que, además de peligroso, lo alejaba de ti. Y entonces empezaron las presiones familiares. Al fin y al cabo una mujer viuda tenía que escuchar al resto de sus familiares que no parecían muy de acuerdo con los caminos emprendidos por Jesús. Y te hicieron llegar a él para pedirle que abandonara aquel despropósito.

Y tu hijo contestó tan duras palabras, que, aunque sabías que no eran dirigidas a ti sino a quienes no comprendían sus caminos, tuvieron que dolerte: por ti, por él, por todos.

Y un día llegó lo irreparable, ver cómo tu hijo era entregado a la justicia como un vulgar delincuente cuando lo único que había hecho era el bien. Y entonces me pregunto, María, ¿qué oración dirigiste a Dios? ¿Qué oración dirigiste a Adonai a quien tu hijo se atrevía a llamar "Papá"? ¿Fue una oración de queja, de sumisión, de esperanza? ¿Fue acaso una oracion en la que expresaste tu confianza? 

¿Qué oración dirigiste a tu Dios, María? ¿Puedes enseñármela a mí que me debato en la confusión, el dolor y la duda? ¿Puedes enseñármela, María?