Durante mucho tiempo estuve recibiendo instrucciones que me decían que no le hiciera caso al intelecto y que me moviera más por el corazón. Me parece un buen consejo pero creo que hay algo muy importante que matizar.
Yo creo que tenemos la capacidad de razonar por algo. Nuestra capacidad intelectual tiene que ser desarrollada. Estoy de acuerdo en que uno no debe detenerse en lo mental sino ahondar en lo “sentimental” (valga el juego de palabras), pero también me doy cuenta de que, en muchos casos, sin un entrenamiento racional e intelectual, se pueden o bien detener los pasos del crecimiento interior, o bien sacarlos completamente de quicio.
A veces me asusta ver con cuanta frivolidad se habla de aquello que no se conoce. Con cuanta sin razón se consideran válidas supuestas intuiciones que sólo dañan en lugar de aportar soluciones. Creo que uno, normalmente, debe prepararse para establecer un juicio crítico incluso sobre las intuiciones que recibe, pues si no, el ser humano no puede ejercer la libertad.
La libertad exige un enorme conocimiento, una profunda consciencia, y, desde mi punto de vista, para ampliar la consciencia es un buen camino el ejercitamiento del intelecto. Sin detenerse en él, sino, por supuesto, vivenciándolo; es decir, poniéndolo en práctica, pues las teorías son sólo teorías, pero lo importante es comprobar vivencialmente lo que es real.
Creo que el corazón también tiene su inteligencia; y que la inteligencia, bien utilizada (es decir, haciéndola un instrumento en lugar de un fin), es una excelente vía para el corazón, siempre y cuando el conocimiento acumulado se desempolve y se ponga en movimiento.
Yo creo que tenemos la capacidad de razonar por algo. Nuestra capacidad intelectual tiene que ser desarrollada. Estoy de acuerdo en que uno no debe detenerse en lo mental sino ahondar en lo “sentimental” (valga el juego de palabras), pero también me doy cuenta de que, en muchos casos, sin un entrenamiento racional e intelectual, se pueden o bien detener los pasos del crecimiento interior, o bien sacarlos completamente de quicio.
A veces me asusta ver con cuanta frivolidad se habla de aquello que no se conoce. Con cuanta sin razón se consideran válidas supuestas intuiciones que sólo dañan en lugar de aportar soluciones. Creo que uno, normalmente, debe prepararse para establecer un juicio crítico incluso sobre las intuiciones que recibe, pues si no, el ser humano no puede ejercer la libertad.
La libertad exige un enorme conocimiento, una profunda consciencia, y, desde mi punto de vista, para ampliar la consciencia es un buen camino el ejercitamiento del intelecto. Sin detenerse en él, sino, por supuesto, vivenciándolo; es decir, poniéndolo en práctica, pues las teorías son sólo teorías, pero lo importante es comprobar vivencialmente lo que es real.
Creo que el corazón también tiene su inteligencia; y que la inteligencia, bien utilizada (es decir, haciéndola un instrumento en lugar de un fin), es una excelente vía para el corazón, siempre y cuando el conocimiento acumulado se desempolve y se ponga en movimiento.