Estudio de Jean-François Millet |
Muchas veces hablo de la importancia de meditar. Y no quiero decir que haya de seguirse una práctica en particular o una disciplina demasiado complicada; nada de eso, de lo que hablo es de sentarse y dejar que la mente nos lleve a donde haya de llevarnos.
Y en una de esas ocasiones, vino la siguiente imagen con un mensaje muy claro.
Ante mí surgía una mujer que estaba sembrando un campo. Diligentemente esparcía las semillas en los surcos previamente trabajados. Para esparcirlas tenía que ir extrayéndolas de su cestillo y agachándose para permitir que las semillas cayeran donde pudieran germinar.
La mujer, por tanto, trabajaba agachándose y muy concentrada. Tanto, que lo único que podía ver cuando levantaba la vista era el camino que aún le quedaba por hacer. Porque, curiosamente, casi nunca volvía la cabeza hacia atrás ya que confiaba en que el trabajo ya estaba hecho y que a su tiempo surgirían los frutos. Sólo muy de vez en vez, cuando se encontraba demasiado cansada, entonces sí se permitía girar la vista y ver el trabajo ya hecho; y así, de alguna manera, conseguía animarse y seguir avanzando para continuar la labor que aún quedaba por hacer. Sabía muy bien que si mirara atrás con demasiada frecuencia, en vez de hacerlo muy de vez en cuando, su trabajo se resentiría y no conseguiría avanzar bastante.
Detrás de ella, lo supiera o no, lo sembrado iba creciendo de manera espectacular.
Dime, ¿todavía no te das cuenta de que todos somos esa mujer?
Y en una de esas ocasiones, vino la siguiente imagen con un mensaje muy claro.
Ante mí surgía una mujer que estaba sembrando un campo. Diligentemente esparcía las semillas en los surcos previamente trabajados. Para esparcirlas tenía que ir extrayéndolas de su cestillo y agachándose para permitir que las semillas cayeran donde pudieran germinar.
La mujer, por tanto, trabajaba agachándose y muy concentrada. Tanto, que lo único que podía ver cuando levantaba la vista era el camino que aún le quedaba por hacer. Porque, curiosamente, casi nunca volvía la cabeza hacia atrás ya que confiaba en que el trabajo ya estaba hecho y que a su tiempo surgirían los frutos. Sólo muy de vez en vez, cuando se encontraba demasiado cansada, entonces sí se permitía girar la vista y ver el trabajo ya hecho; y así, de alguna manera, conseguía animarse y seguir avanzando para continuar la labor que aún quedaba por hacer. Sabía muy bien que si mirara atrás con demasiada frecuencia, en vez de hacerlo muy de vez en cuando, su trabajo se resentiría y no conseguiría avanzar bastante.
Detrás de ella, lo supiera o no, lo sembrado iba creciendo de manera espectacular.