Batallar, guerrear, luchar.... Parece indudable que en muchas ocasiones nos vemos confrontados a la pelea para obtener logros. Pero, ¿es siempre lícita esa lucha?; ¿sabemos controlar la dosis de agresividad y crueldad?; ¿buscamos siempre un fin lícito o abusamos de nuestra propia fuerza para conseguir lo más apetecible sin valorar su verdadera importancia?
Mucho se ha escrito sobre "el buen combate"; pero no nos equivoquemos ni tratemos de engañarnos; en muchas ocasiones luchamos desde nuestro ego, desde nuestro orgullo herido, desde nuestros caprichos más profundos, e, incluso, desde nuestros deseos reprimidos. ¿Es eso una buena lucha? La clave la tienes en la sombra que se dibuja en la arena que muestra esta carta; la sombra es la tuya misma más que la de tu contrincante. Y es que hay que entender que muchas veces, más que la reacción del supuesto oponente, está la de ese yo encerrado en uno mismo que busca su total reconocimiento.
Cuando luchamos, en el fondo estamos luchando también contra nosotros mismos, y no siempre la victoria va a ser positiva para ese centro interior que clamaba por recibir reconocimiento o cualquier otro tipo de compensación.
Cuando luches, párate a pensar contra qué o quién estás luchando, no vaya a ser que te encuentres con que el enemigo verdadero eras tú mismo.