A veces, la mejor forma de actuación en la vida es precisamente el no hacer. ¡Qué trabajo nos cuesta mantenernos quietos! Pensamos que generando actividad apartamos todos los peligros de nuestro entorno; pero lo cierto es que en muchas ocasiones es ese exceso de actividad lo que provoca tensiones y dificultades; y entonces, sólo hay una forma de allanar el camino: permacer en silencio, quieto y tranquilo.
Para hacer algo, en primer lugar hay que saber qué es lo que hay que hacer; y en medio de la tormenta, parece difícil que se nos ocurran ideas pues apenas queda espacio para ellas si nos empeñamos en gastar nuestra energía en la realización de múltiples actividades.
El silencio, la quietud, la reflexión, nos pueden dar la respuesta adecuada si damos el tiempo necesario para alcanzar la serenidad. No se trata de hacer a tontas y a locas, se trata de realizar una actividad efectiva que comienza por la reflexión. Y bien pudiera ocurrir que esa reflexión nos lleve al convencimiento de que ante una determinada tarea no hay nada que hacer; entonces, adquirir serenidad ante acontecimientos que nos exceden es prioritario para nuestra salud, y a la larga la del entorno, ya que todos, con nuestra quietud y nuestra actividad -¡no lo dudes!-, influimos en el entorno.