Ha sido acusada y todos murmuran ante su escarnio público. Para que quede constancia aquello de lo que se la acusa, un papel colocado junto a ella lo explica a todo el que quiera acercarse a leerlo. Nada queda oculto. Hasta el perro decide acusarla y no deja de ladrarle, pero ¿es verdad que merece este castigo?
A veces las palabras pueden hacer demasiado daño, y herir profundamente. Sujetar la lengua es una tarea bien difícil, pero lo cierto es que muchas veces se hace necesario para no incurrir en mayores culpas de las ya realizadas.
Las palabras airadas, además de no solucionar nada, pueden volverse contra aquel que las lanza. No importa si son justas o injustas las acusaciones; conviene mantener la discreción y la calma para evitar males mayores. ¿Es esto un acto de cobardía? ¿No será más bien una muestra de inteligencia?
En muchas ocasiones, las palabras airadas, los gritos, los insultos, no sirven más que para humillar sin que se consiga un cambio de actitud por parte de la persona amonestada; al contrario, el dolor de la herida puede hacer más intenso incluso el supuesto mal comportamiento por el que los demás lo creen merecedor de la reprimenda y el castigo.
¡Cuida tu lengua! ¡Sé misericordioso! Intenta razonar, pero nunca te excedas en la crítica ni en las malas maneras!