El unicornio, símbolo de la pureza, va a ser atacado por un cazador. ¿Qué culpa tiene este bello animal para que sea abatido sin piedad?
Sin embargo, y aunque quisiéramos pensar otra cosa, el agresor no abriga malas intenciones; sencillamente considera que este animal puede servir para satisfacer el hambre de su gente. Por tanto, en ningún momento parece pasarle por la imaginación que su acción pueda ser reprobable.
Y ahí está el mensaje de la carta: acciones no malamente intencionadas que sin embargo generan culpa.
¡Cuántas veces hemos cometido injusticias y hecho el mal sin que siquiera nos diéramos cuenta! El acto no intencionado no está por ello libre de consecuencias. Medir nuestros pasos, valorar antes de actuar podría evitar males no buscados pero que, desgraciadamente, se cometen.
La culpa, los culpables, las víctimas, los verdugos; todo está ahí pero muchas veces, resulta difícil delimitar con claridad quién es quién en cada historia. Culpas malintencionadas, pero también, en muchísimos casos culpas sin intención. Nadie quería dañar realmente; ni siquiera era consciente de que se podía hacer daño; pero desgraciadamente se hace, con conocimiento y sin él. Valorar y sobrellevar esa culpa es una carga con la que todos, al menos en algún momento de nuestra vida, debemos confrontarnos; y eso nos puede hacer compasivos con la culpa ajena, porque ¡quién sabe hasta dónde llega el conocimiento de quien la comete!