Últimamente, por ya no sé qué vez, he retomado un libro muy interesante, del cual, cada vez que lo releo extraigo nuevas conclusiones y enseñanzas. El libro en cuestión es la autobiografía de Carl Gustav Jung, y su título "Recuerdos, Sueños, Pensamientos" (en España está editado por Seix Barral).
Para quien no lo sepa, Jung es un psiquiatra del siglo XX (nacido al final del XIX) coetáneo del neurólogo Sigmund Freud, aunque más joven que él. Quizá fuera precisamente este hecho de la juventud de Jung con respecto a Freud el culpable de una tendencia bastante generalizada. Se suele considerar a Jung como un discípulo un tanto díscolo de Freud, cuando no parece que fuera discípulo, sino que sencillamente compartían algo en común y divergían en otros muchos aspectos. Ambos se conocieron y tuvieron una fuerte relación que se vio enturbiada, seguramente por más de una cuestión. Los dos compartían un interés muy fuerte en los sueños, pero divergían extraordinariamente en la base. Mientras que Freud se centra casi siempre en un conflicto sexual para explicar cualquier tipo de traumas; Jung indaga en el inconsciente a la búsqueda de un inconsciente más fuerte que el individual y que es el llamado inconsciente colectivo, así como en una experiencia espiritual determinante.
En su autobiografía, escrita -parece ser- a instancias de una colaboradora suya llamada Aniela Jaffé, nos va desentrañando su forma de ir entendiendo el mundo a través de las experiencias que ya tenía de niño. Jung para mí tiene algo a lo que concedo extraordinario valor; y es que no se conformó con estudiar en unos libros una lista de enfermedades y posibles diagnósticos y tratamientos, sino que experimentó él mismo aquello que luego recomendaba.
En el libro nos encontramos con un Jung niño -recordado a partir de sus 81 años, y cuando ya no tiene nada que demostrar a nadie sino tan sólo a sí mismo- que experimenta sueños y situaciones de las que nadie suele hablar, pero que van aportándole una enorme sabiduría poco a poco. Era hijo de un clérigo protestante y de una mujer con una posible visión interna que él detectó. Un matrimonio que no parecía ser muy feliz y con el que tuvo que aprender a convivir y experimentar silencios. Con los años fue dándose cuenta de que su padre estaba imbuido de una fuerte dogmática pero con quien no podía discutir sobre espiritualidad porque aquel dogmatismo parecía haberle conducido a una ausencia de verdadera fe. Además nos relata cómo su madre, una mujer normal, a veces decía alguna frase que no tenía nada que ver con lo que mostraba exteriormente y que venía impregnada de una seriedad que parecía surgir de dentro de ella de una manera inconsciente y sabia.
Jung quiso estudiar y experimentar con el inconsciente. Y llegó a muchas conclusiones. Entre ellas que, además de ese inconsciente que forma parte de cada uno; existe uno -el colectivo- mucho más amplio y que parece impregnado de la sabiduría de todos los tiempos, que se manifiesta en todas las culturas de cualquier época (descubrió, por ejemplo, cómo, de manera inconsciente, de pequeñito practicaba un ritual que luego, ya de mayor, comprobó se realizaba por las tribus autóctonas australianas).
Incluso llegó más lejos, llegó a pensar que a veces habla alguién más allá del inconsciente individual o colectivo; alguien a lo mejor escrito con mayúscula (Alguien), ¡quién sabe!
Incluso llegó más lejos, llegó a pensar que a veces habla alguién más allá del inconsciente individual o colectivo; alguien a lo mejor escrito con mayúscula (Alguien), ¡quién sabe!
Llegó a considerar la existencia en uno mismo de dos personalidades a las que es necesario conocer y desentrañar sus secretos. A veces comenta sobre su madre y sobre él mismo diciendo que en un momento determinado hablaba la personalidad uno, pero que de repente, adquirían un tono totalmente inesperado que era la sabiduría profunda de la denominada por él personalidad dos. Y esto, comprobó, nada tenía que ver con la esquizofrenia a la que conocía muy bien por su trabajo de psiquietra. Precisamente por ello, se dedicó con gran esfuerzo a hacer consciente el inconsciente y a analizarlo desde una profundidad ética en vez de a seguir ciegamente sus instrucciones. Aplicar el raciocinio ético fue una de sus máximas.
Racionalizar el inconsciente, descubrir que hay algo más independientemente de cada uno; todo aquello le llevó a la humildad y a la reverencia del MISTERIO, sobre el que, me parece a mí, nunca dogmatizó.