Cuando hablamos de meditación, muchos piensan en la dificultad de esta práctica. La mayoría de las personas consideran que hay que seguir cursos muy complicados para alcanzar un estado que pueda llamarse meditativo. No digo yo que estos cursos no ayuden, ni mucho menos; pero la base meditativa la tenemos todos en nuestra esencia, y lo que necesitamos es reconocer esta capacidad tan adormecida.
La meditación, así vista, podría compararse con la respiración. Por supuesto que se puede aprender a mejorar la respiración, pero la respiración en sí la ejercemos desde el principio de nuestra vida sin que nadie haya de enseñarnos. ¿Y la meditación? ¡Exactamente lo mismo! Se puede mejorar, se puede profundizar, se puede ir mucho más allá de lo que uno imagina, pero, de entrada, todos nacemos con esta característica.
¿Entonces qué es lo que falla? Normalmente una incapacidad que parecemos haber adquirido: la de sentarnos sin hacer nada.
Para recuperar el estado meditativo, uno tiene que estar dispuesto a no-hacer, más que ponerse a hacer de forma desmedida ejercicio tras ejercicio. La primera tarea debería consistir en aprender a sentarse sin hacer nada, sin esperar nada; sentarse y permitir la existencia.
¿Quieres empezar a practicar? Vamos a ello.
Prepara un entorno agradable y siéntate cómodamente; no necesitas en absoluto hacerlo en la postura de la flor de loto; simplemente síentate como más cómodo te encuentres, pero con un cuidado de la postura para que no te incite al adormecimiento ni a la excesiva tensión.
Si lo deseas, ayúdate con una música relajante; y cuando digo relajante, me refiero a alguna música que te acerque a la naturaleza pero que no despierte en exceso sentimientos que puedan emocionarte. Una música suave, del tipo New Age puede ser muy apropiada.
También puedes prescindir incluso de la música y lanzarte a serenarte a través del silencio o a incorporar a tu paisaje auditivo los distintos sonidos que puedas estar oyendo pero que no deseas escuchar.
Cierra los ojos y no hagas nada; absolutamente nada. Si te vienen pensamientos, déjalos que se muevan y verás cómo por sí mismos van desapareciendo. Sigue parado, centrado en no hacer nada y en no esperar nada. Aprende a respirar la paz del momento, sin inquietudes por el futuro ni añoranzas del pasado. Sencillamente aprende a experimentar la mera existencia. Dime, ¿es tan difícil desconectar por diez minutos? No te pido más: sólo diez minutos. Es posible que en los primeros cinco o tres o dos te sientas inquieto, pensando que algo estás haciendo mal, o que resulta aburrido, o que te pica la nariz. Tú sigue; no le des importancia a tus expectativas. Sigue tus diez minutos y la paz te invadirá. No hablo de grandes visiones, no hablo de experiencias grandilocuentes; te hablo de la experiencia fundamental: la experiencia de la vida por la propia vida.
Plantéate una cosa. Si no estás dispuesto a experimentar lo que suceda, sin tú provocarlo, y que eso te haga sentirte cómodo contigo mismo, ¿cómo pretendes experimentar algo más? Acostúmbrate a estar en el silencio, una lección que debería ser obligatoria en estos tiempos que se practica con tanta frecuencia la huída de uno mismo a través del enfrascamiento en miles de sonidos. Acostúmbrate a tu propia presencia en el mundo. Diez minutos para estar contigo mismo en unión con la naturaleza de la existencia misma. Diez minutos. Te aseguro que la paz que experimentarás merece la pena.
* La pintura es de Edward Hopper, y se titula Sol de la mañana