El Predicador se nos muestra como un sacerdote en el altar de cara a los fieles. Los símbolos que rodean al sacerdote lo sitúan dentro de diversos caminos espirituales en lugar de adscribirse a uno único.
El Predicador tiene la palabra justa para sus fieles. Ha recibido instrucción sobre la respuesta que debe darse en cada caso, pero ¿es capaz de aplicarse esos consejos a sí mismo? A lo mejor, el hecho de repetir y repetir frases le ha alejado de su propia verdad y es hora de recuperarla. No se trata de representar un papel; ni siquiera de creerlo por obligación; sino que debe vivirlo en verdad. Para ser maestro de otros, debe ser maestro de sí mismo con honestidad sincera y verdadera.
Dependiendo de la posición en la que aparezca esta carta, nos puede sugerir que seamos maestros de alguien o que nos apliquemos a nosotros mismos esas enseñanzas que tan bien sabemos dar a los demás. Es hora de enfrentarse con la verdad de los argumentos y no de quedarse meramente en el poder de la oratoria.