Muchas veces me pregunto sobre cuál es el sentido del sufrimiento, de la acumulación de dificultades, de ese tener que afrontarlas e intentar sortearlas lo mejor que se pueda. También muchas veces me viene la respuesta, pero lo cierto es que cuando se dan esos grandes escollos de la vida, aquellos razonamientos parecen diluirse y no mostrar ninguna lógica que nos permita la aceptación de los mismos. Por eso me gusta escribir las respuestas para, llegado el momento, releerlas y permitir el alivio.
José Antonio Pagola, en su libro El camino abierto por Jesús, escribe lo siguiente:
"La aportación más decisiva de Jesús es hacer ver con firmeza y claridad que la obediencia a Dios lleva siempre a buscar el bien del ser humano, pues su voluntad consiste en que el hombre viva en plenitud. Dios no existe para sí mismo, buscando su propia gloria en una especie de egoísmo metafísico, como diría Maurice Blondel. Dios es Amor, y su gloria consiste precisamente en el bien de sus criaturas".
Y entonces, surge nuevamente mi pregunta: Si busca nuestro bien, ¿por qué nos pone tantas dificultades que a punto están de echar por tierra todos nuestros esfuerzos de ser mejores?
Nuevamente los libros vienen en mi ayuda, en esta ocasión de la mano de Elizabeth Kübler-Ross, en su libro La Rueda de la Vida:
"Nada está garantizado en la vida, fuera de que todo el mundo tiene que enfrentarse a dificultades. Así es como aprendemos. Algunos se enfrentan a dificultades desde el instante en que nacen. Esas son las personas más especiales de todas, que necesitan el mayor cariño, atención y comprensión, y nos recuerdan que la única finalidad de la vida es el amor".
Pero no sólo los libros me aclaran dudas, la meditación es fundamental para encontrar las respuestas, no sólo de manera racional sino sensitiva. Porque sí, es a través de la meditación como siento las verdades más que conocerlas, como quedan dentro de mí de una manera vivencial, de una manera muy especial y sanadora. Vuelvo a hacer entonces la pregunta, y aparece la respuesta.
Veo un campo de entrenamiento, repleto de muy diversos y complejos obstáculos. Un sargento o bien un entrenador nos azuza con sus gritos, y nos dice lo que hacemos mal, forzándonos a seguir, a no abandonar, pero obligándonos a hacerlo mejor. Más esfuerzo, más pruebas, más indicaciones por parte de quien nos dirige.
Es verdad que ese sargento es duro; es verdad que nos volvemos contra él cuando demanda tanto esfuerzo por nuestra parte; pero cuando llega el momento de demostrar ante todos -y ante nosotros mismos- nuestras habilidades, descubrimos que teníamos mucha más capacidad de la que pensábamos, y que conseguimos salir airosos de las duras pruebas. Y es entonces cuando llega la recompensa.
Después de saborear las mieles del éxito, cuando dirigimos nuestra mirada a quien nos había parecido un duro entrenador, vemos que nos brinda una sonrisa de satisfacción por nuestros logros y una mirada de amor hacia nosotros. Porque al final, ese "duro sargento" se nos mostrará como realmente es, en toda su bondad y omnipotencia.
Y es entonces, cuando escucho una voz dentro de mí que me dice: "No lo dudes nunca y confía".