El 10 de septiembre de 1946, mientras viajaba en tren, la Madre Teresa recibió un mensaje claro de Jesús, un mensaje que la llevó a dejar la orden religiosa en la que había profesado para crear una nueva dedicada a los pobres. Según ella misma dijo:
"Fue en ese día de 1946, en el tren de Darjeeling, cuando Dios me hizo 'la llamada dentro de la llamada' para saciar la sed de Jesús sirviéndole en los más pobres de los pobres".
De ahí siguieron diferentes locuciones. Ella escuchaba la voz de Jesús, hasta que dejó de hacerlo según se extrae de las cartas y conversaciones que muestra el libro de Brian Kolodiejchuk, "Ven, Sé Mi Luz", del que extraje la anterior cita de la Madre Teresa.
Los años de silencio y oscuridad fueron muchos y una dura prueba para ella. Ese silencio del que tanto nos hablan los místicos, como en la Noche Oscura de San Juan de la Cruz. Un silencio que a veces lleva a pensar que la Voz fue tan sólo un sueño. Pero es en ese silencio donde se consiguen hacer realidad los sueños, y así, por ejemplo, la Madre Teresa siguió con su labor porque un día supo que Dios le había pedido algo y, aunque pudiera ser una fantasía, los efectos de la misma se habían materializado y, por tanto, aún en su oscuridad siguió con la tarea emprendida.
Pero, ¿era realmente todo una mera fantasía? Muchos años después, como relata este libro, un sacerdote, mientras oraba, recibió un encargo de confirmación para la Madre Teresa. Y éste es su relato:
El Domingo de Ramos de 1987, yo estaba sentado en el oratorio de nuestra casa general. Era una pequeña habitación concebida específicamente para la oración, donde no estaba presente el Santísimo Sacramento. Mientras rezaba en silencio el oficio de la mañana con mi breviario, un pensamiento se insinuó de repente en mi cabeza; como si alguien me hubiese hablado, pero sin que lo oyese con mis oídos. Sin embargo, parecía bastante claro: "Dile a Madre Teresa, "Tengo sed". Pensé pera mís adentros: "¡Qué extraña interrupción en mi oración". Sin pensar más en ello, continué rezando el oficio. Unos minutos más tarde, "oí" nuevamente (en mis pensamientos): "Dile a Madre Teresa, "Tengo sed". De nuevo pensé "¡'Qué extraño!". Entonces levanté la mirada hacia el gran crucifijo colgado en la pared y dije (no en voz alta): "¿Me estás hablando a mí?" Y "oí" de nuevo (como un fuerte pensamiento que venía a mi mente): "Dile a Madre Teresa, "Tengo sed".
En ese momento, sentí como si la inspiración viniera de Jesús y lo oí no como una petición, sino más bien como un mandato. A este respecto, debo dejar claro que nunca antes había tenido una experiencia como ésa, y desde entonces no la he vuelto a tener. No soy propenso a sugestiones. No he tenido, ni espero tener visiones ni locuciones. Si acaso, soy por naturaleza reservado ante manifestaciones "sobrenaturales". Sin embargo, me sentí fuertemente movido a responder a esta peculiar inspiración. Así que fui a mi habitación y escribí una carta a mano a Madre Teresa, diciéndole que probablemente pensaría que estoy loco, pero que me había sentido obligado a comunicarle mi experiencia.
Cuando me encontré con Madre Teresa, su primera pregunta fue: "¿Es usted el que oyó a Jesús decir: Dile a Madre Teresa, "Tengo sed"?". Respondí que sí, que le había escrito la carta sobre mi experiencia. Ella me miró durante unos instantes y me preguntó: "¿Qué más dijo Él?" Quedé sorprendido por la pregunta, pero inmediatamente respondí: "Nada. Eso fue todo lo que oí". Entonces ella preguntó: "¿Qué quiso decir?" Yo dije: "No lo sé. Sólo sé que me sentí impulsado a comuncárselo. Yo sólo soy el mensajero".
Y concluye el autor de esta recopilacion de cartas de Madre Teresa:
La "Voz" que ella había oído por primera vez en el viaje en tren hacia Darjeeling, había permanecido silenciosa muchísimo tiempo. Ella había estado deseando profundamente oírla de nuevo, y ahora, aunque la "Voz" que amaba no le estaba hablando directamente, Su mensaje era claro: Él todavía tenía sed y buscaba a alguien que Le consolara. Y ella continuaba ardiendo "por ser ese alguien".