Es curioso pero por mucho que hablemos los seres humanos de humildad, objetividad y demás, el caso es que desde siempre el ser humano se ha colocado como el centro de la creación. Tanto desde un punto de vista religioso como desde otro absolutamente ateo, el ser humano se considera el centro: la criatura mejor lograda del universo. Y si no lo dice de una manera tan abierta, sus hechos manifiestan esta idea. Le prepotencia del ser humano le hace despreciar tanto lo que a su juicio está por debajo de él (como piensan también muchas personas religiosas), como lo que está por encima (el caso esta vez de quienes no contemplan la posibilidad de seres superiores a él mismo tan propio de muchos declarados ateos).
Bien, parece claro pues que el ser humano se ha considerado el centro. Y parece incluso que no es que Dios hiciera al ser humano a imagen y semejanza de su Creador; es que los humanos nos hemos propuesto hacer a Dios a imagen nuestra, y así le colocamos los atributos ya sea de un Hombre Superior o de una Mujer Divina; sin pararnos a considerar que si bien Dios tiene un aspecto humano es mucho más que humano pues en su naturaleza tiene que haber aspectos que ni siquiera podemos alcanzar a comprender.
¿Es realmente el hombre/mujer el centro de la creación? Me gusta mucho la versión filosófica que nos ofrece Ken Wilber, autor que desde que leí su Breve historia de todas las cosas, mucho me ha dado que pensar. Una de las ideas que apunta es dónde se sitúa el hombre en la creación, y lo coloca en un estadio intermedio entre lo animal y lo divino. Justo en medio estaría el hombre. Sería, a mi manera de ver, como un árbol bien anclado a la tierra, pero que se alza hacia el cielo. El hombre, el ser humano tiene su lugar y parece ser el intermedio; no nos equivoquemos ni despreciándonos por lo que somos ni arrogándonos lo que aún no somos; pues constituimos un camino que aún ha de hacerse. Y eso, conocer quiénes somos, de dónde venimos y hacia dónde podemos llegar, creo que es lo que constituye nuestra fuente de humildad que nos eleva en nuestra realidad.
No podemos ver el mundo sólo bajo nuestra perspectiva. Somos un proceso con enorme responsabilidad en nuestro crecimiento, pero sin la arrogancia del que se cree perfecto.