martes, 21 de octubre de 2008

LA CULPA - Parte I - Meditando con las Cartas de EL SYMBOLON


Iniciamos ahora una serie de dos entradas en las que vamos a meditar sobre un aspecto de gran importancia para el ser humano: la culpa y la forma de superarla.

¿Quién no se ha sentido culpable
alguna vez? Como dicen las Cartas de EL SYMBOLON, el único momento en que el hombre vivía sin culpa fue en el Paraíso. Desde entonces, nos persigue ese sentimiento del que intentamos despegarnos como sea.

La carta que recibe el nombre de LA CULPA en el mazo Symbolon, nos muestra a un bello unicornio bebiendo plácidamente y completamente ajeno al guerrero o cazador que ha puesto sus ojos (y, consuecuentemente, su lanza) sobre él.

El unicornio es el símbolo de la inocencia, de la pureza. ¿Qué ma
l ha hecho para que alguien desee dañarlo?

La carta nos muestra una relación víctima / verdugo, en la que debemos indagar qué papel interpretamos nosotros. Pero normalmente no es tan fácil como establecer lo negro y lo blanco; ni mucho menos, puesto que en nuestras vidas y, consecuentemente, en nuestras conciencias, lo que abunda es una amplia variedad de matices grises.

En la mayoría de los casos, todos, absolutamente todos, tenem
os implícito algo de víctimas y algo de verdugos; la cosa está en averiguar en qué grado se encuentran cada una de esas actitudes.

A veces, el daño causado es intencionado, pero qué duda cabe de que en otras (las más de las veces) suele ser inintencionado. No hay mala fe en él. Un cazador puede buscar los poderes del unicornio; pero también puede ocurrir que lo confunda con un caballo, por ejemplo, como portador del alimento que necesita, sin pensar en el mal que puede estar haciendo.

La carta nos sitúa ante una pregunta que hay que responder con sinceridad: ¿Somos culpables o inocentes? ¿Actuamos movidos por malas o buenas intenciones en el fondo de nosotros mismos? La carta nos pide que observemos de verdad nuestra conciencia, y que tengamos el valor de encarar un hecho: que la inocencia absoluta, al igual que la culpabilidad total, es difícil de encontrar.

Deberíamos ser humildes para comprender esto. Como se dice en el Evangelio: "La verdad nos hará libres". No hace falta engañarse, sino bucear en nuestra conciencia y valorar nuestras acciones hasta donde nos permitan nuestras posibilidades para ser cada día mejores.

La siguiente carta recibe el nombre de LA INQUISICIÓN. Se nos muestra una sala donde se celebra un juicio. Vemos un severo tribunal, donde el juez principal parece acusar con el gesto de su mano a una mujer que se humilla ante él. El público asiste a tal espectáculo.

Alguien está siendo juzgado. ¿Con quién te identificas, con el juez, con el reo, con el público?

La figura del juez, en este caso nos podría estar hablando de una presunción por su parte de conocer toda la verdad, pero ¿realmente la conoce?

Por otra parte, quienes han llevado ante el tribunal a esa mujer, podrían actuar movidos por esa misma presunción. Han juzgado, han criticado una determinada conducta, pero ¿realmente están legitimados para hacerlo?

Esta carta nos puede hacer pensar en la importancia que adquiere la inflexibilidad ante determinadas situaciones. Uno no está dispuesto a tolerar puntos de vista distintos al suyo y, por tanto, juzga y critica, antes de pararse a pensar y desarrollar nuevas ideas.

La víctima podría ser culpable o inocente; pero de lo que sí estamos seguros es de que es alguien rodeado de personas que la critican y no la consideran digna de confianza. Incluso pudiera darse el caso de que es la propia acusada la que se siente culpable y por eso se presenta ante el tribunal con la cabeza baja.

El público acude pues necesita saber dónde se encuentra la verdad; sin darse cuenta, de que es una búsqueda individual a la que no se puede asistir como mero observador. Víctimas, verdugos... observadores; todos llevamos algo de esto en nosotros: ¿en qué momento te encuentras tú ahora?