lunes, 20 de abril de 2009

El Dos Nubes (Osho Zen) y el Dos de Espadas (Rider Waite).- Meditando con las Cartas del Tarot

¡Uy, qué desasosegante que es esta imagen, verdad! Y si leemos el título, entonces la impresión todavía se vuelve un poquito más desagradable, el Dos de Nubes en el Tarot Zen de Osho (el palo que nos habla de la razón, de la mente, del pensamiento) recibe el nombre de ESQUIZOFRENIA. Pero vayamos por partes.

Ya que hablamos de la mente, la carta nos puede estar indicando la importancia que se le da a ésta. Así uno no para de hacerse cábalas y más cábalas, de realizar análisis meticulosos y volverlos a realizar, de ampliar tanto su campo de posibles decisiones desde un punto intelectual que acaba por no saber a qué carta quedarse finalmente.

Nos habla de una persona que quiere alcanzar la montaña del lado izquierdo y también la del derecho pero que no acaba de decidirse cuál elegir primero. Por eso vive una "esquizofrenia", porque lo ve todo pero no se dispone a la acción concreta y determinada. Y, hay momentos, en que uno tiene que decidirse a actuar y ver hacia dónde le lleva esa actuación, porque no es cosa de seguir analizando eternamente sin tomar nunca ninguna decisión.

La duda forma parte de la vida, pues el resultado siempre es inseguro; dudar es lógico, pero habitar en su castillo de manera permanente nos asemejaría al príncipe Hamlet y no parece que tal papel constituya un excelente ejemplo a seguir. Pensar, ver con claridad, y luego... ¡lanzarse!


En el Tarot Rider Waite, el Dos de Espadas nos muestra a una figura con los ojos vendados y que sostiene dos espadas en alto apuntando en direcciones contrarias. Al fondo la luna hace alusión a la confusión de la figura. Por otra parte, el personaje está sentado en una silla (¿de piedra?) dando la espalda a un plácido mar con pequeñas rocas en forma de islas.

La duda, la confusión y la incapacidad para analizar una situación determinada. Ante esta carta uno debe preguntarse por qué no quiere ver la realidad, por qué no quiere enfrentarse a sus verdaderos sentimientos. El personaje parece incapaz de decidir la dirección adecuada, pero todo sería más fácil si se limitara a mirar de frente y, sobre todo, mirar en su interior para comprobar cuáles son en verdad sus deseos; pues, a veces, uno sencillamente los esconde tras una confusión mental para permanecer en la aparente seguridad de la inacción.

La razón, por sí sola, no va a conseguir nada pues deberá completarse con la intuición, y ésta sólo funciona con los sentimientos al descubierto.