jueves, 23 de abril de 2009

Una Constelación Familiar

Hace ya un tiempo, publiqué aquí una entrada, titulada "El alma vive y habla", en el que trataba sobre un tipo de terapia llamado Terapia Sistémica o Constelaciones Familiares. Si no conocéis nada sobre este tema, os recomiendo que leáis aquella entrada para obtener una visión sobre las mismas (podéis acceder fácilmente haciendo un click en el nombre de la entrada).

En esta ocasión, me gustaría relatar una Constelación en la que yo participé como ayudante, por el interés que creo puede despertar y la ayuda que podría aportar. Me gustaría mostrar en esta entrada un ejemplo práctico de lo que es una Constelación, lo que se siente, cómo funciona, porque, repito una vez más, creo puede servir de mucha ayuda.

Por supuesto, no voy a relatar todo el contenido de esta Constelación en particular, pero sí me gustaría mostrar una parte importante de la misma. Tampoco diré nombres de las personas implicadas, aunque no me resisto a rendir un tributo al personaje que me tocó interpretar pues debo decir que me ayudó mucho; me hizo pensar, me hizo sentir y experimentar cosas que nunca imaginé. ¡Gracias, de todo corazón!

En una larga sesión de Terapia Sistémica, acudimos varias personas para desarrollar por una parte nuestras propias Constelaciones (las que hacían alusión a nuestras vida y nuestras familias), así como nos prestábamos a interpetar cualquier papel que otro de nuestros compañeros nos solicitara para representar su Constelación. Lo que voy a relatar hace alusión a este segundo caso; yo no conocía a los miembros de aquella familia.

Antes de comenzar la sesión, suele pedirse al Constelador (la persona que pide una Constelación para ella y su familia) que exponga cuál es el problema que pretende solucionar. Tras esto, se le pide que elija entre los presentes a diferentes personas para representar los papeles que se le van pidiendo. El Constelador empezó a seleccionar a diferentes compañeros, y, para mi asombro, a mí me escogió para representar a su abuela. Quiero señalar nuevamente que yo no conocía a su familia; de hecho había conocido al Constelador en aquellas sesiones y debo admitir que le estoy muy agradecida por la contribución que tuvo en las mías.

Cuando se inició la selección de personajes, de repente me sentí muy mal; verdaderamente mal, pero esperé a que se nos hubiera elegido a todos. Creo recordar que ese malestar tan extraño me vino antes de ser yo seleccionada. Tan mal me encontraba que antes de iniciar la Constelación propiamente dicha, tuve que ausentarme e intentar recuperarme en el aseo. No sabía decir qué me ocurría pero sentía una fuerte angustia que me dificultaba la respiración, taquicardia, las piernas me flaqueaban y experimentaba un fuerte temblor. Pensé que no podría seguir, pero lo hice, y ¡cuánto agradezco la fuerza para hacerlo!

Cuando alguien interpreta el papel de otra persona en una Constelación, uno siente lo que esa persona sentía. No se trata de una "posesión", ni mucho menos; nunca se pierde la conciencia de uno mismo, pero se experimenta -además- lo que aquella persona sentía, y poco a poco va entendiendo lo que le ocurrió sin que nadie se lo diga.

Ya de vuelta en la sala, iniciamos la sesión, para lo cual cada personaje fuimos colocados de una determinada manera y, a partir de ahí, cada uno empezó a actuar como sentía que debía hacerlo y nos movíamos en la dirección que algo nos decía debíamos movernos.

Aquella mujer a la que yo representaba había estado casada con un buen hombre, tenía tres hijos (un hijo y dos hijas). Y, curiosamente, ante el amor de su familia, ella sentía una opresiva sensación de asfixia. Se resistía a tanto amor; sentía como si tiraran de ella con unos hilos tensos que le desagradaban y sólo quería huir. De hecho, cuando se le permitía moverse, se desplazaba rápidamente hacia la muerte.

Experimentaba una opresión grandísima ante las llamadas de los hijos. Quien mayor tranquilidad le reportaba era el marido, pero necesitaba huir de los hijos. Del hijo mayor, aquella mujer sabía que se iba a sacrificar, porque iba a asumir una responsabilidad que sólo a ella corespondía; y por eso le agobiaba tanto, pues aumentaba la culpa que sentía en su interior y que mucho más adelante se desveló (aquel hijo murió en la guerra). Su hija pequeña le agarraba con fuerza por el cuello, pues la llamaba a que se quedara con ella y que no se dirigiera hacia la muerte (aquella mujer había muerto a los dos días del nacimiento de esta hija a causa de un edema en la garganta). La hija mediana mostraba reproches hacia su madre con una fuerte mirada intimidatoria (probablemente la culpara de su falta de correspondencia al amor que se le mostraba y por el drama provocado).

Cuando se le permitía morir, sentía una mayor tranquilidad, pero no total, ni mucho menos, pues su famlia seguía ejerciendo presión sobre ella; y así fue como se desveló el secreto de familia.

Se me colocó junto a quien hacía de marido de aquella mujer. Empecé a experimentar un temblor en el cuello y sentía toda la opresión de aquellos hijos como si tiraran de mí. Entonces, de repente, mi cuello se fue doblando hacia abajo y mi cabeza fue cayendo de forma muy fuerte hacia abajo. Era como si alguien me la bajara y me obligara a mirar a un punto concreto del suelo; cada vez más y más inclinada la cabeza. Imaginé (por lo que sabía de otras Constelaciones) que aquella mujer miraba a algún aborto que hubiera tenido, pero supe que no era así. Vi agua, y sentí un niño en el agua; luego me di cuenta de que era una niña, y automáticamente sentí que aquella mujer había matado a aquella otra niña, pero no asesinado; probablemente, jugando con la niña y siendo niña ella también, se le cayó a un pozo y murió. Se trataba de su hermana.

En apariencia siempre guardó este secreto en su interior; pero siempre se sintió culpable; culpable por no haber permitido que su hermana gozara de la creación de una familia como ella pudo tener y por eso no podia sentirse libre con los suyos; porque por su sentimiento de culpa sentía que no merecía la felicidad (con lo cual estaba dañando a su nueva familia; es decir, además de no corregir el error, lo aumentaba).

Para arreglar aquello, se dispuso que otro personaje encarnara a la hermana muerta. Aquella mujer a la que yo representaba no podía mirarla; estaba enfrente y no se atrevía (mis ojos no conseguían) centrarse en ella; hasta que ella le explicó que no pasaba nada, que no había nada que perdonar, que una cosa era la responsabilidad de una acción y otra muy distinta la culpabilidad pues ella no había querido hacerlo. Su hermana la quería, y yo, en representación de aquella mujer le pedí perdón, pero ella me hizo comprender que no era necesario, que “me” perdonaba, claro que sí, que lo entendía todo SIN NINGUNA AMARGURA. Entonces empecé a sentirme muy bien con ella. Era una dulzura tan grande la de ese encuentro. Creo recordar que fue entonces cuando ese malestar que había experimentado desde el inicio de la Constelación y que tan sólo se había atenuado remitió por completo.

La Constelación fue más larga; por diversas circunstancias hubo de ser interrumpida y continuarse otro día, y en aquel día tuve el gozo de sentir la paz de esta mujer, de cómo veía a sus hijos ahora, y cómo podía amar a su marido. De como observaba con dulzura el dolor de sus hijas, pero sin sufrimiento pues sabía que el tiempo pondría las cosas en su lugar y que lo que no pudieron entender en su momento lo aceptarían finalmente y se liberarían.

Guardo un recuerdo muy vivo de toda aquella experiencia, y le doy las gracias a Dios en primer lugar y a aquella mujer por permitirme una experiencia que tanto me enseñó.