jueves, 14 de octubre de 2010

La Oración de Raquel

- Ahora que el dolor ha pasado, me acerco una vez más a Ti, con el corazón compungido por haberme rebelado contra Ti, por haberte negado, por haberte ofendido, ante Ti me humillo.

Siempre busqué las razones del sufrimiento. Nunca te he entendido plenamente. A través de todas mis vidas he intentado entenderte, pero debo rendirme ante la ignorancia que no puedo trascender.

¿Por qué, Señor, por qué? ¿Por qué  pareces abandonarnos en la desesperación y permites nuestra gran confusión?

Me volví contra Ti, pero no puedo darte la espalda, porque Tú lo eres todo; sin Ti no hay nada. La Vida es tu regalo. Pero ¿por qué el sufrimiento? ¿Por qué, mi Dios? 

Antes te clamaba desde la rebeldía de quien no acepta los designios de su Creador, pero ahora te hablo desde la profundidad de los efectos del dolor. Al fin y al cabo, creo que es una forma de hablarte desde el Amor que transpira a través de la Compasión; en lugar de hablarte desde el odio que procede de la rebelión.

Por favor, escucha mi oración de una búsqueda de claridad, de un entendimiento, de un amor que no alcanzo a saber expresar pero que siento.

Por favor, ¡háblame, Señor! Como hablaste a Job. No te mantengas en el silencio que provoca mi perplejidad y mi aislamiento. Compadécete, Señor, de todos nuestros sufrimientos.


- Siempre has querido conocer la razón última de todo, siempre has tenido un gran deseo de conocimiento. Sin embargo, ¿crees que Yo te pido eso? Por supuesto que no me parece mal tu indagación, pero lo que pido transciende todo conocimiento. Lo que te pido se resume muy fácilmente: ¡CONFIANZA!

¿Recuerdas lo que te dije ante la Cruz, cuando sufrías por mi Hijo? ¿Recuerdas, niña mía? Te dije: ¡Confía! Pero tú no quisiste escucharme. ¿Recuerdas cuando me preguntaste si Yo era bueno? ¿Qué te dije entonces, mi niña? ¡Recuérdalo! Y como en aquel momento te pedí:, ahora te lo repito una vez más: ¡No lo olvides nunca, ni en tus peores momentos! ¡Claro que soy bueno!

No prentendas comprenderlo todo, sólo confía plenamente en Mí. ¿Piensas que un Creador puede traer a la Vida aquello que detesta? ¿Crees que el Hacedor puede querer el sufrimiento de su Creación? ¡Confía, niña, confía! Nunca me cansaré de repetirte esas palabras. Aunque no entiendas, aunque no veas, ¡Confía, niña, confía!