Desde que conocí la idea de los bodishattvas, me fascinó la filosofía que transmiten. Se nos dice que los bodhisattvas son aquellos que una vez alcanzan la iluminación, en vez de permanecer en el nirvana, vuelven a la Tierra para ayudar a los demás por compasión (una palabra verdaderamente hermosa y que por desgracia ha sido denostada por no comprenderla en su totalidad: amor compartido, no cedido como unas migajas).
Quiero creer que todos crecemos y evolucionamos, y que volvemos una y otra vez; en ocasiones aparentemente más sabios y en otras quizá más torpes, pero es más que probable que eso sea sólo una apariencia y que en realidad todos, absolutamente todos, contribuimos aún sin saberlo al proceso evolutivo de la creación.
Así lo vi en mi meditación:
Por una torre circular unos suben y otros bajan. Todos, tanto los que suben como los que bajan, portan lámparas encendidas; unas brillan con más fuerza y otras con menos, pero todas están encendidas.
Al llegar a lo alto de la torre, todas las lámparas son recargadas; cada una un poquito más de como había llegado.
Desde arriba, los portadores de sus lámparas vuelven a bajar con más luz; de esta manera la zona baja de la torre, que aún está en penumbra, cada vez se ilumina más y más. Para eso hace falta que quieran bajar personas con lámparas encendidas. Y cada vez son más los que bajan con sus lámparas bien recargadas.
* La pintura mostrada en este artículo es de Edward Burne-Jones.