sábado, 17 de mayo de 2008

David Lifar habla de "Un corazón puro"

Este texto está recogido del libro Con los pies en la tierra y el corazón en el cielo, de David Lifar. Si he decidido ponerlo en este blog es porque mi amiga Pasión (http://www.dioslaico.blogspot.com/) nos presentó a todos otro texto de este mismo autor, y me entraron deseos de buscar aquella otra historia que tanto me había conmovido al leerla. Se trata de un texto que me dió mucho que pensar. Y es que a veces, en el camino de la Espiritualidad, uno se encuentra con usos no del todo nobles; sin embargo, creo que incluso a través de ellos Dios obra maravillas, y este texto lo describe a la perfección.

Ésta es la historia:


ALBERGA UN CORAZÓN PURO

Hace muchos años, en el sur de la India, vivía un brahmín muy ortodoxo. Todos los dias, el sacerdote dedicaba varias horas a la meditación.Tenía un hermoso altar en donde celebraba el puja, un acto de adoración a Dios.

Al mismo tiempo, este gran devoto tenía una pequeña debilidad: era amante de un cierto tipo de postre. Pero como su situación económica no le permitía comprarlo, ideó un truco para disfrutarlo todos los días.


Durante el puja, cuando se ofrece comida a Dios, se cierra una cortina frente al altar para permitir que Dios disfrute de la comida solo. Despues de un rato, el pujari, o sea el celebrante, entra a buscar la comida bendecida para compartirla con todos.


El hombre solía pedirle a su esposa que preparara un poco de este postre para ofrecerle a Dios durante el puja de la mañana. Pero cuando iba detrás de la cortina, se comía él mismo el manjar, y luego salía y decía a la familia que Dios habia aceptado su adoración y se había terminado el postre. Todos estaban muy contentos porque creian que el Creador venía todos los dias para consumir su ofrenda.


Esto continuó durante varios meses. Un día, sucedió que el hombre tuvo que ir a un pueblo lejano por un acontecimiento especial. Como era un brahmín ortodoxo, quería que se respetara la veneración diaria en su hogar. Llamó entonces a su hijo pequeño, que solía ayudarlo en la ceremonia, y le dijo:


-Hijo, has visto ya como celebro el puja. No podré realizarlo hoy, por lo que te pido que lo hagas tú.


El hijo respondió:


-Padre, estaré honrado de hacerlo.


Así pues, el hombre partió y el hijo comenzó a preparar la celebración. Como era habitual, la madre trajo un poco del postre para que el hijo lo ofreciera a Dios. El niño lo colocó sobre el altar, cerró la cortina y salió a esperar mientras el Creador lo comía. Después de un rato, el niño volvió a entrar para retirar el plato y para su espanto, vio que el postre seguía allí. "Debo haber hecho algo muy mal", pensó. "Dios no está satisfecho con mi puja; por ello rechazó mi postre hoy. Pensé que estaba haciendo el puja exactamente como mi padre." Luego clamó a Dios:


- iOh, Señor! Si mi padre se entera de que te hice pasar hambre, estará muy enojado conmigo. Por favor, ¡come el postre!


El niño colocó el plato nuevamente en su lugar, cerró la cortina y volvió a esperar. Cuando volvió, el plato seguía lleno. Cayó de rodillas frente al altar y llorando, dijo:

-Dios mío, si no comes el postre hoy, cuando mi padre vuelva y se entere, me matará. Por favor, ¡cómelo! Nuevamente miró el plato, pero seguía lleno. Esta vez, lloró tan fuerte que se desmayó. Cuando volvió a despertar luego de media hora, vio que el postre ya no estaba en el plato. Comenzó a saltar de felicidad:

-¡Oh, Dios, estoy tan contento! Escuchaste mi oración. iAhora puedo decirle a mi padre que tambien aceptaste mi ofrenda!


El hijo esperó ansiosamente el regreso de su padre, que llegó ya entrada la noche. Apenas lo vió, corrió a saludarlo:


-Padre, padre, Dios aceptó también mi ofrenda. Comió el postre tal como lo hace contigo todos los días. Al principio, rehusó hacerlo. Pero luego lloré tanto, ¡que lo obligué a comerlo!


El padre pensó que el niño sabía lo que él había estado haciendo y que simplemente había esperado la oportunidad para hacer lo mismo. Entonces, le pregunto:


-¿Estás seguro de que Dios comió el postre?


-Si, padre, no cabe duda de ello.


-Entonces -dijo el padre- puedes repetir el
puja mañana. Quisiera verlo.

-Está bien, padre. Si Dios comió el postre hoy, ¿por qué no habría de hacerlo mañana?


Al día siguiente, el niño realizó el acto de adoración, pero Dios no comió el postre. Entonces, el niño comenzó a llorar otra vez. Estaba ya listo para golpear su cabeza contra el suelo, cuando una voz dijo:


-No llores, hijo. Me gustaría aceptar tu ofrenda, pero no puedo hacerlo frente a tu padre. No merece verme comerla.


El padre también escuchó la voz. Cayó entonces a los pies de su hijo y dijo:


-Eres mi maestro. Has abierto mis ojos. Ojalá también yo tuviera tu fe y tu devoción. Pero solo soy un letrado; realicé el
puja correctamente de acuerdo con las escrituras, pero no tuve la fe que tú has tenido. Por ello es que Dios no aceptó nunca el postre que yo le ofrecí, pero sí tomó el tuyo.

Dios escucha siempre la oración que proviene de un corazón sincero y puro.

* David Lifar, "Con los pies en la tierra y el corazón en el cielo", Javier Vergara Editor