miércoles, 14 de mayo de 2008

¿Por qué no sentimos ayuda cuando más la necesitamos?

Hay momentos en la vida en que nuestro estado anímico casi podría decirse que está al borde del colapso. Es en esos momentos cuando elevamos una aguda queja y una petición desesperada de ayuda. Sin embargo, nadie parece escucharnos. Pedimos a Dios y, aparentemente, desaparece de nuestro lado; suplicamos a los ángeles, pero no escuchamos su revoloteo; imploramos a diversas ayudas espirituales y nada. ¿Por qué?

Poco a poco, nuestra desesperación va transformándose en otros sentimientos más serenos, hasta que por fin recuperamos el "norte". Y entonces, ya apaciguados, surge una pregunta en nuestro interior: "¿Por qué no me ayudaste? ¿Por qué no estabas conmigo?" Y curiosamente, si uno está bien atento, escucha una respuesta: "Estaba cont
igo". - "Pero yo no te sentía". - "Lo sé".

Qué impacto, ¿verdad? Voy a dar una respuesta que en su momento me fue dada a mí. Si sirve de ayuda, bienvenida sea. El hombre es un ser complejo; a veces parece divino, pero en otras ocasiones, nuestras pasiones nos ciegan en exceso alejándonos de esa fuente divina que todos llevamos dentro. Por supuesto que la palabra "alejar" está usada de una manera metafórica, porque lo cierto es que uno no puede alejarse de su esencia por mucho que lo intente. Lo que sí puede ocurrir es que tapemos de alguna manera esa parte divina, y nos introduzcamos en esa otra parte más salvaje, menos refinada, de las pasiones llevadas al extremo.

Hay que entender que las dos partes tienen una gran fuerza; pero, entiendo que la divina es mucho más potente. Esas ayudas espirituales que solicitamos contienen una energía extraordinariamente poderosa. Entonces, podría muy bien ocurrir lo siguiente. Si esa fuerza poderosa se une con la energía de nuestras emociones desatadas y fuera de control, ¿qué sucedería? Probablemente que se extendieran aún más. Fuerza + fuerza = ¿hecatombe? Más que probable.

Lo que hace falta en los casos en que nuestra energía se está extendiendo de una manera equivocada, es
encauzarla y rebajarla, no aumentarla. Y esa podría ser la razón de que no sintiéramos la fuerza de la ayuda divina tal y como querríamos sentirla. Porque si experimentarámos ese poderío, nuestras penas se ampliarían, nuestro dolor se duplicaría, nuestra desesperación se haría tan fuerte que no podríamos con ella.

Por eso no sentimos una fuerza mayor, sino una aparente disminución de la misma. Primero, nuestras pasiones van alcanzando un punto más álgido; pero, si no se las refuerza, poco a poco rebajan su intensidad, y es entonces cuando sí podemos experimentar una ayuda más certera.

Esto no quiere decir que no se nos haya ayudado en el momento difícil. Sencillamente no se nos ayuda reforzando nuestro malestar, sino rebajando la intensidad de nuestras pasiones, y permitiendo que vayan volviendo a su ser. Una vez conseguido el objeto, la cosa empieza a ser diferente, y, entonces sí, podemos empezar a percibir una verdadera ayuda, porque entonces ya estamos más dispuestos a escuchar y no a manipular.