lunes, 28 de julio de 2008

La Montaña

A veces, ante dificultades que van surgiendo, uno se pregunta por qué. Y se lo pregunta con una total sinceridad pues, por más vueltas que le da, no acaba de ver la necesidad de tanta complicación. La persona acaba de sortear múltiples dificultades y se para a descansar, ya que considera que ha hecho un gran trabajo; puso todo su esfuerzo y atención en desarrollar las tareas, y, por tanto, ¿por qué no pararse a disfrutarlas?

Y sí, parece algo bueno y deseable hacerlo. Es maravilloso poder disfrutar de las bendiciones de la vida. Pero, como si de un mar se tratara en el
que tan pronto el oleaje es suave como extraordinariamente bravo, las olas de las dificultades vuelven a emerger con fuerza. Ahora son otras olas, de otro tipo, pero tan fuertes que uno a veces pierde al ánimo y, sobre todo, la confianza en estar haciendo un buen trabajo. Y entonces surge otra vez la pregunta: ¿qué hice tan mal para no poder tener un respiro? ¿Es que siempre tengo que volver atrás y repetir el curso de primaria?

En mi meditación, una vez en la presencia de Dios, expuse estas preguntas. Y, gracias a Él, vino la respuesta:


Había una montaña; una montaña rocosa
que había que ir escalando.
Para subir había que hacer un esfuerzo grande,
pero el escalador conseguía seguir, poco a poco, con el ascenso.

Había momentos en que la escalada era tan difícil
que parecía no poderse continuar.
La persona buscaba ayuda y, al levantar los ojos,
podía ver que, una vez superado este nuevo obstáculo,
podría acceder al reparador
"campamento base".


Qué alegría tan inmensa llegar a él.
Uno, entonces, podía disfrutar de lo ya escalado.
Incluso tenía la oportunidad de mirar hacia abajo
y ver lo mucho que había logrado ascender
a pesar de la duda en las propias fuerzas
que varias veces había manifestado.
Además, podía también elevar sus ojos
y vislumbrar algo del camino
que todavía le quedaba para llegar a la cima.


El campamento base era una delicia y ofrecía fuerza y energía.
La mochila se volvía a llenar con los víveres necesarios,
y la persona, una vez vivificada, emprendía una vez más
y lleno de alegría el nuevo ascenso...
hasta la próxima dificultad....
y hasta el próximo
campamento base.


En el ascenso, aunque a la mirada miope del escalador
a veces pudiera parecérselo, no había ningún retroceso.
El plan se estaba cumpliendo.
No había etapas fallidas, sino ¡¡¡nuevos retos!!!.