Desgraciadamente, a la hora de explicar la realidad o el sentido de la vida, descubrimos tan diversas visiones que nos encontramos en un espacio confuso entre la luz y la oscuridad.
Deseamos saber la verdad y la buscamos denodadamente, moviéndonos en esa fina frontera de luces y sombras.
¿A quién hacer caso? Cada uno parece aportar una luz diferente que, en principio, no parece concordar con la de otros.
El problema podría estar en que todos buscamos nuestro propio tipo de luz, no otra distinta a nuestra propia iluminación, y, cuando creemos que no corresponde con la visión aportada por otros, nos ofuscamos y, o bien perdemos credibilidad en nuestro propio conocimiento o bien despreciamos sin detenernos sin más en el que puedan haber acumulado otros.
Y así vuelve una y otra vez la misma cuestión: ¿Cuál es la verdad? ¿Dónde está? ¿En este aporte de luz o en el otro?
Pero, ¿qué pasaría si llegáramos a la conclusión de que, en alguna medida, todas las medias verdades confluyen en la Verdad Suprema?
Se dice que la verdad es como una piedra preciosa, un brillante. El brillante es único, pero las facetas sobre las que la luz incide son tantas que aparecen todo tipo de rayos de colores distintos. El brillante es uno, las facetas son varias.
Pienso que cada uno de nosotros transmite una chispita de luz, una chispita de conocimiento.
Imagina un minero o un espeleólogo alumbrando el camino por el que tiene que avanzar. Para ello se coloca una lamparita en su casco de seguridad y así, según la dirección que emprenda, así iluminará éste o aquel trayecto.
¿No podría ser eso lo que nos pasa? Cada uno iluminamos un aspecto de la verdad; un aspecto muy importante. Y eso nos debería llevar a pensar que cuantas más lamparitas estén encendidas, más nos acercaremos a la Iluminación Total.
Deseamos saber la verdad y la buscamos denodadamente, moviéndonos en esa fina frontera de luces y sombras.
¿A quién hacer caso? Cada uno parece aportar una luz diferente que, en principio, no parece concordar con la de otros.
El problema podría estar en que todos buscamos nuestro propio tipo de luz, no otra distinta a nuestra propia iluminación, y, cuando creemos que no corresponde con la visión aportada por otros, nos ofuscamos y, o bien perdemos credibilidad en nuestro propio conocimiento o bien despreciamos sin detenernos sin más en el que puedan haber acumulado otros.
Y así vuelve una y otra vez la misma cuestión: ¿Cuál es la verdad? ¿Dónde está? ¿En este aporte de luz o en el otro?
Pero, ¿qué pasaría si llegáramos a la conclusión de que, en alguna medida, todas las medias verdades confluyen en la Verdad Suprema?
Se dice que la verdad es como una piedra preciosa, un brillante. El brillante es único, pero las facetas sobre las que la luz incide son tantas que aparecen todo tipo de rayos de colores distintos. El brillante es uno, las facetas son varias.
Pienso que cada uno de nosotros transmite una chispita de luz, una chispita de conocimiento.
Imagina un minero o un espeleólogo alumbrando el camino por el que tiene que avanzar. Para ello se coloca una lamparita en su casco de seguridad y así, según la dirección que emprenda, así iluminará éste o aquel trayecto.
¿No podría ser eso lo que nos pasa? Cada uno iluminamos un aspecto de la verdad; un aspecto muy importante. Y eso nos debería llevar a pensar que cuantas más lamparitas estén encendidas, más nos acercaremos a la Iluminación Total.