jueves, 4 de septiembre de 2008

La Leyenda de Bemil - Segunda Parte (de tres)

- "¿Cómo es posible? ¡Este don Guillermo..! No es que yo ponga en duda que sea un buen sacerdote, pero, es que a veces tiene unas cosas..."

- "Ni que lo diga, doña Eulalia, ni que lo diga".

- "Pues vamos a tener gitanos para largo..."

Así hablaba la alta burguesía en la mansión de doña Eulalia. Hasta se invitó al mismísimo don Guillermo a una reunión para ver si era posible convencer al cura de la mala influencia que podía ejercer aquella banda de desarrapados en las buenas gentes del pueblo; ya los ánimos estaban bien revueltos ese invierno del 35, como para que encima les viniese otra carga más.

Pero no hubo forma, don Guillermo no cedía. Últimamente las homilías repetían frecuentemente el tema de la caridad cristiana.

Poco a poco, y ante el hecho consumado, los parroquianos fueron aceptando, unos de mayor y otros de menor grado, a esos intrusos. Las mujeres empezaron a ofrecer algunas ropas viejas a las gitanas para que cubriesen a sus churumbeles. Los hombres de la tribu se dedicaban a recoger trastos viejos que luego vendían por unas pocas perras, lo que les permitía ir tirando sin tener que renunciar a su deseo más vivo: la libertad.

Don Guillermo y el anciano se pasaban horas hablando, ¿de qué? ¡De tantas cosas! De la vida, de sus pequeños detalles. El anciano había visto mucho mundo y conocía muy bien a la gente. Conoció en el párroco a un buen hombre.

Pasaron los meses y llegó el momento de la partida.

 "Don Guillermo -dijo el anciano con su ronco acento-, usted ha sido el mejor hombre que he encontrado en mis ya muchos años de andadura, y, en este pueblo, hemos conseguido, gracias a usted, tener reposo. Les he dicho a los míos que el día que mis ojos quieran cerrarse para siempre, me traigan a morir aquí. ¿Querrá usted, entonces, rezar al Señor una oración por mi alma?"

¡Cómo no iba a rezar por él! Eso no hacía falta ni siquiera pedirlo.

La caravana partió y poco a poco el pueblo fue volviendo a su estado habitual.

Hasta que un día llegó algo mucho peor que los hombres nómadas. Llegaron las balas y las bombas: el estallido de la guerra.

CONTINUARÁ...