miércoles, 28 de enero de 2009

Akhenaton y su búsqueda de Dios - 1ª Parte



Mi nombre es Ankhesenpaatón, aunque para mi desgracia seré recordada (si alguien tiene la generosidad y la capacidad de hacerlo) como Ankhesenamón.

Tanto yo como mi marido fuimos obligados a renegar de nuestras creencias, y hubimos de mostrar en nuestro propio nombre la vergüenza de no haber sabido defenderlas. Tutankhatón ya no volvería a llamarse así sino que cualquiera que a él se refiriera debía hacerlo como Tutankhamón. Y por supuesto, su esposa, la hija del gran Rey Akhenatón, debía olvidar su noble linaje de cara a todos.

La vergüenza había llegado a mi casa; la vergüenza se había
instalado en mi corazón. ¿Podrá perdonarme mi padre, Akhenatón, algún día, desde ese cielo azul y lleno de luz en el que, sin duda alguna, vive ahora? ¿Mirará a su pequeña y la comprenderá? Ruego a Atón que así sea.
Las imágenes de mi padre y de mi madre son tan vívidas que aún parece que esté aquí, a mi lado, acariciándome como cuando era niña.

Me veo junto
a mis hermanas atendiendo al culto que él, en estrecha colaboración con su esposa, Nefertiti, ofrecía al Gran Dios Atón en un templo a cielo abierto, y no en esta oscuridad que edifican para mantener a los dioses alejados de los hombres. A Atón, el disco solar, todos podían verlo mirando al cielo; no así a Amón que quedaba oculto en su templo. Ni siquiera cuando los sacerdotes lo paseaban en procesión, su pueblo podía contemplarlo, pues mucho se cuidaban de encerrarlo en una recia urna.

La bella Nefertiti, mi madre, acompañaba a Akhenatón es sus diarios ritos dedicados al disco solar, una bella representación del dador de vida. Yo era tan dichosa y me sentía tan segura acariciada por las manos que salían
del Gran Sol que mi padre adoraba en forma de rayos llenos de poder y ternura al mismo tiempo.

Cuesta tanto comprender lo que sucedió. Cuando yo nací ya mi padre había tomado la decisión, y por eso no consideré en absoluto que pudiera resultar extraña en modo alguno. Lo extraño vino después, cuando mi esposo -y yo con él- fuimos obligados a renegar de todo aquello por lo que el faraón había luchado, y nuestros nombres fueron modificados. Ya no me llamé más "La Que vive por Atón" sino que hube de rendir culto a un dios que, en vez de acercarse al hombre, se ocultaba a él en oscuros templos.


CONTINUARÁ...