miércoles, 4 de junio de 2008

La Rosa y el Aire - Parte Segunda

Los días pasaban y la rosa gustaba de mantener largas conversaciones con el clavel recién llegado; tantas cosas sabía él y tantas cosas desconocía ella. El clavel había tenido la gran suerte de conocer otros ambientes además de aquél en que había nacido, y eso le daba un conocimiento de diferentes aspectos de la vida. Dentro de la rosa fue naciendo el deseo de conocer, de experimentar nuevas sensaciones; quizá aquel deseo estaba desde siempre en lo más profundo de la flor, pero alguien había hecho que despertara con mayor fuerza.
El clavel, entre otras muchas cosas, hizo ver a la rosa cómo la suave luminosidad de la luna no procedía de ella sino que también provenía del sol.
- “Pero eso no es posible; el sol es el sol, y la luna, la luna.” -Exclamó la rosa.
- “No es tan simple como tú lo planteas; todos los seres de la creación participamos de ella y nos complementamos. La luz que tú ves a través de la luna procede del sol; lo único que hace ella, en todo caso, es suavizarla, pero no le pertenece.”

Aquello, en principio, resultaba algo inverosímil para la rosa, pero con el tiempo fue acostumbrándose a esta nueva idea y admitiendo su realidad.

La luna siguió sirviendo de tema de conversación, pues un día, de repente, el sol se oscureció. A la rosa ya no le pillaba de sorpresa aquella actuación del sol, pero la oscuridad se prolongaba sin que ni una sola gota de agua cayera de las nubes. Intrigada, la rosa levantó su mirada y ¿qué es lo que vio? Un maravilloso espectáculo se desarrollaba en el cielo; el sol se había vuelto oscuro, mostrando tan sólo un círculo exterior luminoso. ¿Cómo era posible aquello? Ninguno de los habitantes del ventanal sabía nada de ese fenómeno, nunca habían visto algo semejante y deseaban saber qué ocurría con el sol. Mientras la respuesta no llegaba, todas las flores del ventanal disfrutaron con aquella visión.

A l
os pocos días pudieron comentar lo sucedido con un nuevo visitante. En esta ocasión se trataba de un pajarillo de cálidos colores; instalado en el ventanal de forma temporal, había llegado en una hermosa jaula dorada. Aunque sin saber muy bien por qué, a la rosa aquella jaula no terminaba de agradarle. El pajarillo fue quien relató lo sucedido, ya que lo había oído contar a uno de los árboles del parque, uno de los más ancianos, quien en su juventud había tenido oportunidad de observar otro fenómeno igual. Todos los habitantes del ventanal estaban deseosos de conocer lo que el pajarillo tenía que contarles, y éste les explicó la situación:
- “No se trata de que el sol se haya oscurecido, ni mucho menos.” -Dijo el pajarillo- “Lo único que ha ocurrido es que la luna, en su paseo a través del espacio, ha decidido detenerse a descansar, y lo ha hecho justo frente al sol; pero, como es tan pequeña, su silueta no ha podido cubrir al sol en su totalidad, por eso todos pudisteis ver su contorno.”

La rosa imaginó la conversación que habrían mantenido el sol y la luna en el momento en que se tuvieron frente a frente. Tanto tiempo se habían observado en la lejanía, tanto tiempo comunicándose a través de la luz, y por fin había llegado el momento de un encuentro más próximo. El sol y la luna. Aquella noche la rosa soñó en su amoroso encuentro del que ella había sido testigo.

Los días pasaban y la rosa seguía imaginando y observando la vida tras su ventanal. Con sus pétalos rozando el cristal intentaba alcanzar el contacto del aire, pero lo único que conseguía detectar eran los cambios de temperatura a través del ventanal.

- “Imagino lo que debe ser el aire.” -Decía la rosa. El clavel comprendía a la rosa, y le hablaba y hablaba del aire. A veces la rosa sentía miedo pensando el daño que podría hacer el viento a una frágil flor, pero el clavel eliminaba su temor y hablaba una y otra vez sobre la suavidad de la brisa.

Un día ocurrió algo que iba a producir un cambio radical en la vida de la rosa, si bien al principio no parecía que pudiera trascender hasta tal grado. Una piedra se introdujo en el balcón, produciendo un gran revuelo entre los habitantes del ventanal. La piedra había sido lanzada por alguien muy descuidado, produciendo una rotura en el cristal. La rosa, sin pensarlo ni un momento, se precipitó fuera, y, al hacerlo, el aire la recogió depositándola suavemente en el césped de un jardín cercano. Apenas podía creerlo, ¡había rozado al aire!

Entre los habitantes del balcón cundió el pánico, todos pensaban en la gran desgracia que había acontecido a su compañera, pero ¿qué podían hacer? ¿El mismo aire que se la había llevado la devolvería al balcón?

El clavel fue el primero en reaccionar. A través de la rotura hecha en el cristal, se dirigió a la rosa:

- “No te preocupes” -dijo-, “procuraremos abrir la jaula del pajarillo y él te devolverá a tu lugar.”

Ante la perplejidad de todos, la rosa respondió:

- “Clavel, tú que siempre me has comprendido y ayudado, ¿de verdad crees que el balcón es mi lugar?”

La rosa aspiró profundamente el aire que la acariciaba, y una inmensa alegría se apoderó de todo su cuerpo; y entonces, el clavel terminó por comprender.