lunes, 2 de junio de 2008

La Rosa y el Aire - Parte Primera


La rosa se destacaba por su bellísimo color; éste era inigualable, y la fragancia que despedía inundaba el balcón cerrado donde vivía; diríase que era la más hermosa de las florecidas aquella temporada.
Desde que abriera sus ojos a la vida, la rosa se pasaba las horas embelesada observando el fragmento de realidad q
ue le era accesible a través del cristal levantado para resguardarla, tanto a ella como a todas sus compañeras, de cualquier inclemencia del tiempo.
Así, podía ver cómo los rayos de sol inundaban con su fuerza la calle, traspasando incluso aquellos cerrados ventanales y haciendo sentir en su cuerpo un agradable calor que la llenaba de vida.
Por la noche, cuando el sol ocultaba su poderosa fuerza, la luna, llena de suavidad, acompañaba los pensamientos de la rosa. No sabía qué elegir, si los potentes rayos del sol, o la suavidad de la luna.
Desde su ventanal, la vida continuamente la asombraba. De repente, cuando más acostumbrada estaba al calor del sol, sintió cómo los cristales tan conocidos para ella se tornaban fríos; el sol parecía haberse oscurecido algo, y, al mirar a través de la ventana, pudo ver cómo las hojas de los árboles plantados en las aceras se movían al son..., ¿al son de qué?, se preguntó la rosa. Justo en aquel momento, una mano humana introdujo en el balcón una maceta que contenía otro tipo de flores. Todas las rosas dieron la bienvenida a sus nuevas vecinas, excepto una que estaba mirando interrogantemente a través de la ventana.
- “¿Qué te ocurre? ¿Es que has perdido tus modales? El hecho de que seas la más hermosa de las que estamos aquí ¿se te ha subido a la cabeza?”
El sonido de aquellas duras palabras hizo que la rosa volviera de sus pensamientos, y, muy dolida, contestó:
- “Perdonadme todas; yo no creo que sea la más hermosa, pues cada una de vosotras tiene una belleza de la que ni siquiera se da cuenta.”
Así era, en efecto; todas las rosas del ventanal eran preciosas, unas por su suavidad, otras por su color, otras por su fragancia, ¿quién podía dejar de apreciar aquello?
La humildad de la rosa produjo su efecto en las demás compañeras, y el enfado desapareció, pero la rosa consideró necesario explicar el porqué de su falta de educación y, dirigiéndose a los nuevos visitantes, dijo:
- “De todas formas, perdonadme; no me dí cuenta de vuestra llegada. Estaba preguntándome sobre algo que sucede fuera del ventanal, algo que no comprendo.”
- “Si nos dices qué es lo que te preocupa, quizá nosotros podamos ayudarte.” -Dijo uno de los claveles recién llegados.
La rosa contó cómo el sol se había oscurecido, y cómo las hojas de los árboles se desprendían de éstos, desplazándose como si fueran pájaros. El clavel comprendió la extrañeza de la rosa; ella nunca había salido del ventanal, allí mismo había nacido, y desconocía todo lo que pudiera suceder fuera de él. El clavel explicó cómo las hojas se mueven a través del viento que las traslada en un delicado baile de un lado a otro. También le dijo que el sol se había oscurecido momentáneamente, permitiendo el paso a unas nubes que, sin duda, en pocos segundos regarían aquella calle observada por la rosa.
Y así fue; cuando la rosa volvió su mirada al cristal pudo ver cómo por él resbalaban gran número de gotitas de agua. Aquel espectáculo le pareció algo maravilloso. Pero su asombro no paró ahí, pues, pasado muy poco tiempo, un estruendoso sonido proveniente del cielo se impuso sobre el suave rumor de la lluvia. Al principio la rosa se asustó, pero el clavel, tranquilizándola, le explicó lo que aquello significaba; la rosa asistía a su primera tormenta.