Le toca ahora el turno a la carta número VII conocida como EL CARRO. Y como siempre, vamos a detenernos en la imagen y ver qué nos puede estar sugiriendo.
Casi toda la carta está ocupada por la figura de un joven con aspecto de triunfador. Tanto es así que lleva una estrella coronando su cabeza, y unas alas en el carro que él conduce. El joven, vestido con una armadura bien hermosa además de eficaz en la batalla, empuña lo que podríamos considerar un cetro (aunque también, ¿por qué no? una fusta para dirigir a los animales que deben tirar del carro). Sea lo que sea, lleva en su manos un símbolo de poder, de dominio, de autoridad; un poder que sabe ejercer sobre sí mismo, pues si uno debe dirigir a los demás, primero debe saber dominarse a sí mismo.
El joven no parece sentir miedo ni mucho menos, sino que emprende un camino con la seguridad interna de saber sortear los obstáculos, pero ¿será capaz de lograrlo?
El carro que dirige este joven parece bastante robusto. Casi podríamos decir que se asemeja mucho al trono del Emperador. Semejante carro nos habla de su robustez, de su calidad y su aguante.
A diferencia del Tarot de Marsella donde se nos presentan dos caballos tirando del Carro, en el Rider Waite vemos dos esfinges, una blanca y la otra negra. Además de la sorpresa de este encuentro, uno se pregunta si realmente van a tirar del carro, pues parecen sentadas tranquilamente delante de él. Imaginamos que sí, que se pondrán en movimiento, una vez que el joven guerrero decida hacerlo. Y para obtener éxito debe saber dirigirlas a las dos hacia el mismo sendero. Esas esfinges nos indican las pasiones y las razones que hay que saber dominar y conjugar.
Esta carta nos habla de la disciplina y la perspectiva de éxito que debe tener toda persona que se decida a poner en práctica un proyecto. Para que dicho proyecto tenga éxito, lo primero que se requiere es una confianza fuerte en lograrlo, pero también prepararación y realismo. Además, hay que moverse, salir de la ciudad que se ve al fondo representando lo conocido, para adentrarse en nuevos caminos. Y por último es necesario saber dominar las pasiones que puedan hacernos desviar del rumbo, y someterlas, por medio de la disciplina, a un buen y único fin.