Normalmente, utilizamos nuestro lenguaje de una forma excesivamente pobre, y puede que ésa sea la razón de malinterpretar términos como admiración y envidia. Cuántas veces no habremos dicho para nuestros adentros, o manifestado exteriormente, aquello de: "¡Cómo envidio a fulanito; es tan trabajador; es tan capaz; etc., etc.!" Y luego, una vez dicho, con suerte nos damos cuenta de lo inapropiado del término y, en lugar de buscar una palabra más acorde con nuestro sentir, añadimos: "Entiéndeme; hablo de envidia sana".
No, no hay envidia sana; la envidia es envidia y por tanto no puede ser sana. El envidioso quiere aquello que posee el otro; pero no se conforma con ello, quiere desposeer al otro de aquello que ha despertado su envidia.
Otra cosa muy distinta es la admiración. Al admirar manifestamos varias cosas. En primer lugar, respeto hacia la persona objeto de nuestra admiración. La valoramos y por eso la respetamos y admiramos.
Pero hay más, la admiración nos llena de alegría por los logros obtenidos por el sujeto admirado. No nos apena, como produce la envidia, sino que nos ayuda en nuestra propia felicidad al poder reconocer en el otro grandes virtudes.
Y por último, considero la admiración como una motivación que nos impulsa a encontrar nuestro propio camino, apoyados en los pasos que ya ha dado quien es objeto de nuestra admiración, a quien consideramos una gran ayuda por mostrarnos el camino.
¡No confundas envidia con admiración! Cambia tu lenguaje y así, poco a poco, podrá cambiar incluso tu subconsciente.