sábado, 5 de abril de 2008

El silencio de Dios

¿Quién no ha experimentado el implacable silencio de Dios?

¿Cuántas veces uno no ha clamado por escuchar la voz de Dios sin obtener respuesta?

Ante ese silencio, la desolación se torna tan grande, que, en muchas ocasiones, la desesperación parece la única respuesta.

En mi meditación pedí una respuesta, y este pensamiento surgió ante mi:

"¿No os dais cuenta de que Mi silencio
es la mayor prueba de confianza hacia vosotros?"


* * *


En el Evangelio existe un momento total y absolutamente desconcertante. Se nos cuenta cómo en la cruz Jesús parece reprochar a su Padre el abandono en el que está sumido. Tal como suele entenderse, parece que hay una petición de ayuda, y una negación a la misma. Sorprendente dada la confianza absoluta de Jesús en su Padre a lo largo de su vida. ¿Cómo podemos entender esto?

Pienso que Jesús, en aquel momento, tuvo que experimentar una soledad abrumadora. Ya no se trataba de la soledad impuesta por los hombres; es que el mismo Dios le abandonaba.

Pero, ¿y si las cosas no fueran exactamente como creemos?

Vayamos por partes.

Si partimos de que Jesucristo es Dios (es decir, el Dios encarnado y, por tanto, el Dios que decide, de alguna manera, dejar de ser Dios y darnos ejemplo de lo que es un humano, y de cómo Él puede entender en su totalidad a un humano) las cosas podrían presentarse de otra manera.

Las gentes se reían de Jesús porque decían que podía salvar a otros pero no a sí mismo. ¿Por qué? El amor como siempre parece ser la respuesta. Los otros lo mueven a compasión, pero él sabe muy bien para qué se ha hecho hombre y no puede traicionar en sí mismo aquel motivo. Dice al Padre que no se haga su voluntad sino la Suya (la del Padre); pero el Padre conoce muy bien la voluntad del Hijo y no puede tampoco traicionarla. Sabe que es el miedo humano el que le lleva a hacer esta petición; sabe que tiene que vivir el miedo con toda la intensidad para demostrar a los hombres que los entiende y que conoce todo lo que les sucede. ¡Claro que lo sabe! Somos nosotros los que no lo tenemos tan seguro. Y el Padre no puede permitir que el Hijo se traicione, y por eso no cede. Porque sabe que tras su muerte, una vez resucitado, Jesús no podría sentirse satisfecho. Así, podría ser mejor un sufrimiento pasajero ante la perspectiva de una buena meta.

Y pudiera ser entonces así, que Dios permita el
sufrimiento; no porque quiera el sacrificio sino porque asume la coherencia. Jesús muere por su coherencia, no necesariamente como sacrificio propiciatorio. Al fin y al cabo Dios parece perdirnos siempre una cosa: Amor y la confianza que proviene de ese amor.