martes, 8 de abril de 2008

La verdad... ¿y qué es la verdad?

Esta pregunta de Pilatos me ha sorprendido desde siempre. Y así es, ¿quién puede saber con exactitud cuál es la verdad?

Lo que yo crea o deje de creer no tiene que ser totalmente cierto ni totalmente falso, pues la verdad objetiva es de todo punto desconocida para mí. Pero sí puedo saber lo que es mi propia verdad, al menos en momentos determinados.


Cuando meditamos o visualizamos unas determinadas escenas, surge la pregunta sobre si lo visto es real o es fruto simplemente de la fantasía. No creo que haya una forma clara de saberlo. Yo sólo puedo establecer si ha resultado útil para mi mejora personal (y a la larga colectiva) o no.


Por supuesto esto lleva consigo hacer frente a lo experimentado desde una posición de total sinceridad. No podemos engañarnos sobre esa utilidad. ¿Lo visualizado es útil desde un punto de vista meramente personal e individual, o me ayuda a situarme cada vez más en un lugar más equilibrado con repecto también a los demás?


La Verdad total la desconozco; otra cosa son los aspectos de mi verdad. Y para llegar a esa verdad, tengo que situarme necesariamente en el plano de la sinceridad.


Hace tiempo descubrí algo muy obvio pero que no había tenido suficientemente en cuenta. Mi descubrimiento fue éste: que puedo engañarme a mí misma, pero a Dios nunca. De niña, en un libro que utilizaba en el colegio, se mostraba a Dios como "el ojo que todo lo ve". Aquello me inquietaba mucho porque, a veces no me parecía adecuado ser vista, la verdad. Así que empecé a pensar que podía disimular más o menos; pero, finalmente, me di cuenta de que aquello era del todo absurdo; tenía que encarar la verdad, no ocultarla. Y esto terminó llevándome a la siguiente conclusión: ante Dios sólo cabe un camino y es el de la sinceridad.


Dios me sitúa ante la verdad porque a Él no puedo engañarle
. No puedo decirle, por ejemplo, que siento una cosa cuando en realidad siento otra. Lo que sí puedo es explicarle lo que me gustaría sentir, pero sin engaños.


Dios se hace así vivo en mí como una constatación de la Verdad.