Un día, ella desconocía el porqué, notó como su cuerpecito iba haciéndose menos y menos pesado. A la vez que se desprendía de aquel mar del que formaba parte, iba subiendo hacia el cielo, alcanzando lugares mucho más altos de los que el delfín pudiera imaginar. ¿Adónde llegaría?
Por fin alcanzó su destino. Se encontraba en el interior de una hermosísima nube. Desde el mar, varias veces las había observado, imaginando lo confortables que éstas debían ser. Y en efecto así era.
La gota de agua fue muy bien recibida por sus compañeras, quienes habían llegado a aquel lugar en la misma forma. Cada una explicó su particular viaje, haciendo notar especialmente cómo la nube se había ido haciendo más y más grande a medida que nuevas gotas de agua llegaban a ella. La nuestra decidió disfrutar de esta nueva oportunidad que se le brindaba en la vida.
La nube era atravesada por las más diversas especies de pájaros, muchos más de los que la gota de agua había conocido desde el mar. Un día hubo uno que llamó poderosamente su atención, pues, a diferencia de los otros, éste era extremadamente macizo. A su sorpresa, sus compañeras respondieron haciéndole saber que aquello no era un pájaro sino un avión.
- ¿Un avión? ¿Y qué es un avión?
- ¿No viste nunca un barco cuando vivías en el mar? Pues, digamos que se trata de los mismo, pero que en vez de viajar por el agua, lo hace a través del aire.
Lo que la gota de agua ignoraba era que dentro de aquel gigantesco avión, unos ojos miraban la nube con la misma sorpresa que había experimentado la gota.
- Mira, papá, estamos dentro de una nube.
Sí; un niño, pegada su cara al cristal de la ventana, observaba complacido aquel acontecimiento.
No pasó mucho tiempo hasta que un día algo desconocido para la gota de agua se produjo en el cielo. Éste había cambiado de color, la temperatura también era diferente y la nube se disolvía. Nuevamente la gota procedente del mar adquiría su forma antigua, cayendo desde el cielo en forma de lluvia.
Pero cuál sería su sorpresa cuando, mirando su propio cuerpo, descubrió que, a medida que se acercaba a la tierra, éste iba haciéndose más y más denso, y de un color blanco totalmente diferente a la falta de color que siempre había tenido.
Cuando se posó en el suelo de una montaña, comprobó que estaba rodeada de seres blancos como ella.
- Pero, ¿qué me ocurre? ¿Ya no soy una gota de agua?
- ¿No te gusta tu nuevo aspecto? -Le preguntó alguien cercano a ella.
- Claro que me gusta, pero ¿quién soy?
- Eres un copo de nieve. Todos nosotros también lo somos.
¡Nieve! La gota de agua estaba encantada con su nuevo aspecto, hasta el nombre que se le había dado le parecía maravilloso. Había una suavidad extraordinaria en su cuerpo, y tan llena de alegría estaba que comenzó a bailar mecida por el viento.
- ¡Ten cuidado! -Le advirtió un compañero- Si sigues moviéndote así, puedes caerte ladera abajo y arrastrar a muchos de nosotros contigo.
Pero tan entusiasmado estaba el nuevo copito de nieve que ni siquiera se percató de que alguien le hablaba y siguió dando rienda suelta a su felicidad, empleando para ello un frenético bailoteo.
Lo que su compañero le había advertido se cumplió, y así, impelidos por el baile del copito de nieve, otros más se pusieron a danzar de la misma forma hasta que no pudiendo controlar sus movimientos, todos se unieron formando una pelota que caía por la ladera de la montaña.
Si al principio la pelota formada no era muy grande, poco a poco fue haciéndose mayor, además de adquirir una enorme velocidad.
- ¡Eh, no empujes!
- ¡Pero si yo no hago nada!
- ¿Cómo que no haces nada? ¡¡¡Me estás estrujando!!!
Así, entre discusiones, risas, llantos (que de todo hubo), la pelota de nieve llegó a un valle, y una vez allí, se detuvo.
El copo de nieve causante de tal desaguisado esperaba ansioso el curso de los acontecimientos. Hasta aquel momento había experimentado muchos cambios en su vida y no podía imaginar lo que le depararía el futuro.
- Bien, ¿y ahora qué? -Preguntó malhumorado otro copo de nieve que se había visto lanzado por aquella ladera sin haberlo él deseado.
La respuesta no tardó en producirse; las risas de unos niños se acercaban al lugar donde se había detenido la bola de nieve. Una vez llegados a ella, el regocijo de los pequeños fue impresionante.
- ¡Mirad! -Dijo uno de los niños dirigiéndose a sus amigos- “Ya no tenemos que modelar la cabeza; aquí está.”
Para los componentes de la bola de nieve, las palabras del niño resultaban enigmáticas. ¿Qué querría decir con aquello de la cabeza? Pero, como siempre, la respuesta estaba cerca.
Los niños tomaron con delicadeza la bola de nieve y la llevaron no muy lejos de allí. Sobresaliendo del suelo, se elevaba un figura blanca. Los niños colocaron la bola en lo alto de la misma, y, así, completaron su muñeco de nieve. Ahora sólo faltaba colocarle una bufanda, un sombrero, unos ojos, la nariz y la boca.
El muñeco de nieve sirvió de juguete y de adorno durante un tiempo, pero, cuando la temperatura volvió a elevarse, el muñeco fue empequeñeciéndose poco a poco.
- ¿Alguien sabe lo que pasa? -Preguntó el copito de nieve.
- No, pero me lo imagino. -Le contestó un compañero- Me da la impresión de que volvemos a ser agua.
Así era, en efecto. La nieve, poco a poco, iba disolviéndose e introduciéndose en la tierra.
El copito de nieve creyó que una vez recuperado su aspecto original volvería al mar, pero no fue así, sino que fue penetrando la tierra y allí, en su interior, encontró semillas desconocidas para él. Las semillas y la gota de agua se hicieron amigos y se unieron comenzando un nuevo camino juntos.
Mucho tiempo duró su amistad. Pasaron años y las semillas que albergaban en su interior varias gotitas de agua, brotaron sobre la tierra. La gota de agua volvía a ver sobre ella el cielo azul con sus nubes y los pájaros surcándolo. La gota de agua formaba parte de una plantita que apenas podía verse, pero que, una vez transcurridos muchos más años todavía, fue creciendo hasta convertirse en un hermoso árbol cuyas ramas servían de hogar a muchos de los pájaros que viajaban por el aire.
Un día llegó a la rama que albergaba en su interior a la gotita de agua, un pequeño pajarillo que no sólo era pequeño por su tamaño sino también por su edad. El pajarillo miraba con curiosidad todo lo que se le ofrecía un el camino de su vida, y, después de presentarse, dirigió una pregunta a la rama en la que se había posado.
- ¿Y tú quién eres?
La rama no tuvo necesidad de mucho tiempo para responder a su nuevo amigo, y la respuesta que obtuvo éste fue la siguiente:
- ¿Yo? -Contestó la rama- ¡Soy una gota de agua!